martes, 16 de junio de 2020

prohibida la manipulación de objetos cortopunzantes


¿qué alcanzan a tomar mis ojos para que yo lo nombre mío?

 si ya no veo más allá de la noche,
   y los párpados respiran como brasas prontas a apagarse;
sus cenizas 
 a la orilla de la mesita de la luz 
   espolvorean el agua que no tomé tres noches atrás 
     y en la que flotan los cadáveres de tres mosquitas de basura.

¿son míos, entonces, los cuerpos minúsculos que nadie reclama y atesoro en mi garganta por error?

 ¿como nombrar la miseria sino es con una tos crónica?

 por la lluvia,
 de mis dedos comienzan a desprenderse pliegues 

el vapor intenta abrir mis vías respiratorias para volver a sentir mi pecho pleno.

 trato de divisar algo a la distancia más allá de la proliferación de los hongos de los espacios entre las baldosas,

 la gentrificación de la mugre. 

  una vena insignificante dentro de mi nariz cede ante la presión del agua.

 mantengo el coágulo cautivo tapándome las fosas como a punto de sambullirme en el mar.

 ver al techo es contraproducente,
 es tarde ya para escupir la sangre que se desliza por mi garganta,

  bajando con la lentitud de madrugadas viendo el monitor de mi computadora esperando porque estas palabras se escriban solas.

hay una pérdida al departamento de abajo (por tercera vez)

  la cortina de baños comienza a teñirse de lunares entintados
 los ganchos están oxidados y al correrlos chillan como uñas en un pizarrón.

todo sigue como yo lo recuerdo:

la toalla húmeda,
 (mis manos nunca secas del todo)
   los restos de jabón blanco solidificándose en la base de la canilla
    como cera derretida

      de velas usadas solo por un corte de luz en toda la cuadra.
  
    desde el techo veo una boca negra que escupe un hilo de cobre que brilla por momentos
   un estómago lleno de entrañas de cables pequeñitos,
  mal aislados.

un tomacorrientes deformado por el calor de un apagón no anunciado que me obliga a sacar las velas de nuevo.

 el pelo gotea sobre un piso pegoteado,
 mis pies siempre descalzos

quiero evitar dormir para no enfermarme.

afuera no pasa nada,
afuera solo hay niebla

 no distingo la calle de la vereda,

 ni diviso la esquina entre lo espeso del aire.

  adentro no pasa nada,
  adentro solo existe el golpe de los marcos de las ventanas

    no distingo el ascensor accionándose del golpe desesperado de mi puerta por alguien quien necesita auxilio.

no hay reparo después de quebrar los deseos de plástico que guardo celosamente dentro mío.

 no hay nada más que hacer más allá de dormir, con un pie que no me pertenece bien hundido en el pecho, que entrecorte mi respiración y me mantenga alerta por cualquier peligro.

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 tengo la mandíbula dislocada de tanto masticar hielo de un vaso vacío 
el líquido volcado por la torpeza hincha la madera dejando aureolas desgastadas como huellas

(ángeles caídos)

 y la impureza la de lengua al accionar el verbo

los fallos temporales y la falta de cohesión en lo que quiero decir.

 la frustración, inmaculada, de no poder transmitir mis deseos

(o los restos que aun guardo con el puño cerrado para evitar que se los lleve un aire exiguo)


las tempestades guardadas correctamente en tappers para un posterior consumo;

y las arañas mecidas sobre los cuernos de un venado herido
tejiendo el alfabeto del ejecutor;

el affaire más allá de la carne

los cuentos prohibidos a horas anacrónicas,

    afuera hace fiebre.

 adentro es una morgue.  

los tobillos se entumecen de pegarle sin querer al borde la cama, siendo esta no tan profunda como yo pensé.

lo que creo que intento decir, es que lo que alguna vez fue áspero entre el aire
ahora sabe ser indistinguible entre la debilidad de lo que decimos.