deshago la protección industrial por mi necesidad de lo inmediato.
rosas de plástico altamente inflamable
que no le regalo a nadie
porque mi amor no quema por nadie
más que por la pila de ramas secas al costado de un río sin curso definido
con la cabeza en llamas en la punta de los dedos, a punto de declarar un incendio controlado
bajo los márgenes que yo impongo.
las hojas que arden primero, sosteniendo el cuerpo de sus sucesoras
se encuentran al fondo de mi garganta, pegadas como retazos de pastilla mal diluida que no supe como tragar
y que me da arcadas y que aún tres vasos de agua no pueden terminar de erosionar.
las mismas hojas entran, buscando mecerse entre los hilos de bronce que las arañas de los rincones tejen celosas, mientras cartografían meticulosamente la geografía de la sala de estar donde han vivido por generaciones
pero que hoy, de entre todos los días, están dispuestas a dejar
añorando lo que hay más allá de donde podemos reconocernos.
quisiera que se me excluyera de esta narrativa, pero es en vano.
trato constantemente de poner la permanencia en jaque
dibujando con el dedo en el vidrio empañado
siluetas borroneadas por exposición prolongada
cuya película el sol quema malintencionadamente
a través de las pocas ventanas por las que me permito ver.
mis ojos ven químicos hirviendo sobre retina
-la hornalla a fuego mínimo, pero aún así-
¿como puede ser que los colores sean tan hermosos a la vez que duelen tanto?
¿de que color tendría que ser mi piel cuando termine de caer la tarde?
las angustias son color índigo
lo demás me es ajeno.
el carbón va yéndose en brasas
el calor es lo más cercano al vuelo de los cuervos.
de noche,
solo los picos buscando los últimos retazos de carne
en los cadáveres de quienes ya han caído
-al costado de la ruta-
la parte de atrás de un hotel en el que jamás dibujé mi nombre, pero por la que escucho hacerse eco.
mi rostro flota sobre mis manos
mientras grita una garganta de metal a través de la pared.
envejezco prematuramente y no soy más allá de quien era cuando supe verme.
desde el tanque viene bajando el mar de a olitas
y es por eso que entre esta tierra no crece nada.
y es porque visto las coronas que fueron enterradas
que me cuesta raspar el barro seco de entre los dientes
y las líneas de mis labios sedientos encriptan un pedido de auxilio que se pierde entre la fuga de aire hirviendo.
mis sueños me escoltaron a ver un rey desconocido,
a quién agradezco por no hacerme daño
los pies siempre se esconden entre la tierra para desentenderse
se hunden
buscando de que apoyarse
y todavía no es mi piso.
el silencio es la forma discursiva predilecta
hasta que el metal grita
y caigo.
la responsabilidad en la desesperación
es apagar la luz para no ver desmoronarse todo sobre mi.
la puerta de vidrio se rompe, mientras un auto acelera a lo lejos.
siempre una almohada al límite de la existencia designa mi norte,
yo solo camino aguardando la próxima instrucción.
no hay como traducirnos en cuerpos,
las sombras no responden ante una luz ajena.
¿quién sabe rendirse ante la vista?
¿quién puede mostrarme lo que ya vi tantas veces?
mis pies están mojados
no creí que la pérdida ardiese así.