las flores invisibles
son rudimentos para la vigilia impostergable.
los guardianes recolectan a los extraviados,
mientras cáfilas de susurros confabulan para re-componer los nombres de los gigantes difuntos.
aquellas sombras de glorias pasadas
acarician los alrededores de estructuras que no guardan lugar hacia sus adentros.
en un santuario de escombros, una cruz tornasolada apretada en un único hueco seco
advierte que eventualmente nadie va a volver acá.
en playas de cristal
la danza no es danza, sino alivio inútil
por el agua hirviendo que pellizca pies descalzos.
la gargantilla de colmillos líquidos de depredadores fosilizados
tiene los nervios al descubierto, que caen como hilos grises,
y ofician de soporte para una hamaca ubicada en el centro de un pecho.
hormigueros de cromo
resguardan el corazón de los androides, que no es más que un enjambre
de posibilidades.
podemos volver a ensayar todos estos escenarios las veces que queramos,
pero siempre nuestra órbita va a permanecer imperturbable.
los cielos se extinguen
mientras nuestra forma se descompone
y nuestros sentimientos a hipervelocidad, quizás se vuelvan un ruido
indescifrable que resuene sobre el oído de un anónimo
en el medio de la noche.