jueves, 6 de junio de 2024

lo que recuperé de los pedidos de auxilio telegrafiados por mi rodilla

ahora que la noche se fue
ya no hay lugar para lo salvaje.

el fuego se desprende de las mandíbulas de las farolas
mientras que los trovadores, amarrados a las zonceras de antaño,
le regatean a los curanderos el alivio para la aspereza en sus gargantas.

hay un nudo entre el palabrerío,
entre lo agrio de los afectos y la credulidad de quienes no portan el olor de los perseguidos
sino mas bien, el aroma de las furias que la lluvia volvió cenizas.

¿cómo enmascarar el ruido de las campanillas?

la tropilla repiquetea por los límites de las barricadas que cubren los arrebales
hasta que un potrillo encrespado cercena el mediodía en dos atardeceres simétricos.

los desaciertos huyen despavoridos entre el suelo nublado
intentando sortear la electricidad ambulatoria de una muchedumbre
que va perdiendo partes esquina a esquina.

bienintencionados aquellos que con sus bendiciones portátiles
ofrecen asilo a los dañados e intentan liberar de los crédulos,
aquello que más se aproxime a un llanto.

el alboroto estratégico,
el caos sorteado sobre un cubilete de concreto
y los afectos ambulatorios sincronizados
en una  serie de pañuelos corriéndose de un balcón a otro
y de una mejilla a la otra.

pero incluso después de que la última persona seque la tristeza de su rostro,
las heridas van a seguir estando ahí, caminando los doce pasos de distancia entre una palabra y la otra
hasta enfrentarse de nuevo.