martes, 23 de julio de 2024

el día que el precipicio sea nuestro

un retrato nuestro de cuando recolectábamos la lluvia al fondo de la mina de cobre,
artífices del contagio del apocalipsis, íbamos deslizándonos a lo largo de un filo sin nombre.

¿cómo será el silencio que deje cuando me vaya?
cuando caiga la aguja que marca el meridiano de mi boca
y los futuros fantasmales sean los que conjuren un círculo de fuego en el medio de tu pecho,
a través del cual una mano invisible pueda entregarte las espinas
que en arcilla supieron tallar los principios del romance.

siento la orbita del tacto como réplica de una caricia ausente
la electricidad anticipada oscila al son del tintineo del bruxismo
¿es la mano la que corre la cortina de colmillos,
o es el hambre abriéndose paso?

el espacio entre los unos y los otros
la rabia y el resentimiento,
las hojas descomponiéndose hacia sus adentros.
la combustión producto del choque que supone un duelo
la brutalidad del mismo, también.

cuando nuestras manos se vuelvan a encontrar, cruzaremos el puente mientras aun esté ardiendo.

las palabras que regresan lo hacen como el estadio previo de aquello que creíamos ya era una conquista
los ciclos, los cuerpos masticados, las cicatrices más allá de las épocas
las historias de antaño que mantienen la misma estructura:
las hendiduras, los pulgares, la presión
el silencio,
la explosión
y el arrullo que se desprende de la caída.

allá por el descenso de los derrotados
los huesos y sus puntas de plomo, afiladas de tanto ahondar las heridas,
cavan pozos ciegos, el agua pesa
cuando se viste la sábana de los mataderos.

el verdugo es indiferente
porque por el plástico todo resbala,
brisa rápida
que desmantela
la reconstrucción de todo recuerdo.

la exclusión de mis caprichos en favor
de los altares; la adoración es
la cera que recubre mis manos,
mirala, bendita, divina.

la imposibilidad de salvar lo bello
y la prematura nostalgia, disfraz de la ira,
son catalizadores que nos invitan a ser partícipes
de la congregación de las multitudes que contenemos.

la necesidad imperiosa
de piezas nuevas que reemplacen a aquellas dañadas,
el mecanismo resopla en óxidos que suenan a urgencia
y aun así, a pesar de las advertencias, las manos ahuyentan el auxilio,
mientras que en los vertederos se erigen fábricas de augurios al por mayor.

aquellos muertos entre los muertos, con el cielo fijado en lo que queda de sus ojos,
ofician como permanentes testigos del deseo.

de la avasallante incertidumbre,
solo supieron defenderse con el hábito del olvido,
de ahí que nuestros corazones símiles utilizan la maleza para proteger la usanza.

el cálculo de riesgos parece no tener utilidad cuando ya se está cayendo.

el tonto peligro que implica la evasión del diálogo,
solo para que brote, desde lo que se ignora, la necesidad que se cree inconsecuente.

¿podrán las manos de mármol hundido por el paso del tiempo, sostenerme otra vez?

el viento escarifica la luz,
cruzada formidable para nutrirse de lo roto,
de las esquirlas de vidrio, diminutas islas de calor.

el relieve de las pinturas cóncavas,
los restos del derrumbe, laten
intentando comunicarse.

es síntoma de la esperanza descreer de la falta de entendimiento,
siempre tendremos los reflejos, los juegos de la mímica.
ahora,
si abro la boca,
¿podría decirme a mi mismo que guardo hacia mis adentros?