enclave sostenido,
retratos de orfandad que anidan sobre el borde
de tu mano y disloca las chances
el dolor frunce
el ardor que queda de paso,
la única certeza en el origen.
trazar la calma
es buscar el aire entre los racimos desguazados
mientras los tallos quedan encallados
en el principio de la anécdota.
repartir encantos
en biomas inhabitables,
las fábulas del asombro
hamacan los ojos
que encierran
la sombra de los charcos.
lo que sacude el cuerpo en el reverso de la noche,
esa herida que tuerce el nombre
y solo filtra lo que habita en el medio,
eso que solía estar a nuestro alcance
cuando la leña nueva encurtía nuestras manos
para la próxima helada.
las chispas brutas incitan mareos,
el triunfo asoma de la mano de los gusanos.
la viscosidad de un abrazo,
una boca volviéndose mil.
hace no tantas vidas
supimos trepar la densidad
buscando el nido de los rumores.
entre tanto, eclosionaban los disgustos desparramados en el ruido,
las tejedoras extendían el largo de un afecto y lo volvían un romance,
los caminantes buscaban el fondo moviéndose en círculos.
partí las maderas para decorar la cara interna de mis uñas
y rasguñé los arroyos
y doblé mi piel
y cuajé mi sangre.
la risa fue reliquia. las despedidas fueron mitos.
si deformo el entrecejo
sé que todavía sigo ahí.
la duda,
la fascinación
por el cobijo que hay en la posibilidad,
las alas enfermas,
el vuelo a pie.
lo silvestre se enreda en las hélices de las bordeadoras,
este es el momento antes de que un piedrazo lo duerma todo.