jueves, 22 de febrero de 2018

archivo txt. corrompido

limada, 
la yema de mi pulgar

me hace saber que mi encendedor ya no anda.

abro y cierro la puerta, 
no solo para que los postigos hagan chispas

sino también, para simular esa bienvenida que nadie me va a dar.

bien,
ahora 

la puerta abajo,
la casa vacía, como siempre,

el cigarrillo, como mis manos, muere a manos una gotera de agua podrida 
que nace de lo que resta del techo.

dejo una barricada en la puerta junto a una foto mía, para que alguien me recuerde.

una radio, tres pisos arriba
sabe susurrarme ruido blanco,

los tubos fluorescentes rotos albergan cucarachas,

la cinta adhesiva sella la fuga
apresándolas para que recorran eternamente, el laberinto mas monótono del mundo,

la atracción principal en este piso.

mis ojos lloran.

hay un hedor irrespirable,

mi vecino tiró su heladera
y se olvidó a sí mismo dentro, a propósito.

dejo una rosa en el compartimiento de las verduras,
para tocar los corazones de su familia,

quienes duermen plácidamente en una bañera llena de aceite usado y re-usado
para cocinar los huesos de las pequeñas aves que anidan fuera de los marcos de las ventanas de sus hijos.

los pasillos se estrechan a medida que camino,

los acumuladores le han hecho un santuario a la necesidad,

la necesidad como diosa,
la necesidad como carencia,
la necesidad como aquello que te empuja a romper los retratos de tu infancia para hacerlos fogata para pasar la noche

porque cortaron el gas la semana pasada.

el corazón es un vacío

una escalera caracol, donde gente se lanza a probar mejor suerte.

uno por el ruido puede adivinar de que piso vienen

es decir,

si se oyen sollozos agónicos de una vibración y amplitud considerables para desgarrarte el tímpano,
significa que quién se haya tirado es un cobarde.

monoambiente, edificación de la desesperanza.

bien, 
ahora

se me arquean las costillas abrazando la vereda 

y mi mandíbula se abre entre la calle y el cordón,
mientras que mi amor por nadie espera a que alguien venga y me rompa la nuca de una patada.

camino con mi cuello cargando la pena capital de la vergüenza

la vergüenza que es mostrarse,
la vergüenza que es tener los brazos comidos por el hambre,
la vergüenza que fue de niño no saber quien era y pretender que ahora si.

caigo tras cada paso que hago,

mi piel se pinta de hematomas que simulan rostros,
porque estar acompañado es así de volátil

y caigo de nuevo

y aproximan sus hocicos,
 perros abandonados por sus dueños que consiguieron otros con mejor porte.

de sus bocas nace la baba que cauteriza mis heridas

y los dientes que astillan mis fémures.

y no puedo echarlos, puesto que me han cercenado los labios
para que no diga nada cuando caiga la noche.

y cae
y estoy solo.

ya todos se han ido, 

salvo la intermitencia del alumbrado público, cuya señal parece seducir a aquellos que viven en los pozos para que extingan la luz
y no sufran la vergüenza que es mostrarse.

mi cuerpo se congela de humedad.

mis huesos chillan y los nervios de mis piernas arden por el viento que los corta.

necesito abrigarme,
abrigarme de amargura,

algo así como incendiar un hogar de huérfanos para que no sea yo, el único sin techo.

limada, 
la yema de mi pulgar

me hace saber que mi encendedor ya no anda.

pero el hueso, incipiente en mi mano, choca contra la piedra y hace nacer la chispa.
pero no prende.

cortaron el gas la semana pasada.

de niño no sabía quien era,
ni quienes eran los otros, ni siquiera que era ese suelo donde estaba parado

ahora, no sé quien soy,
ni quienes son los otros, ni tampoco que es este charco de agua podrida que me arrastra a una boca por debajo de la calle

ah, pero crecer es la indiferencia,

digo,

que te de lo mismo, bien estar muerto, o vivir un rato más
o que te mordisquen perros con rabia o que te despiertes junto al amor de tu vida

o verte a vos mismo y darte un abrazo
o reventar el espejo con la frustración que significa que nada te importe

ah, pero crecer es la indiferencia
(pero la indiferencia solo crece para dentro)

y es ahí hay cuando nace la urgencia de clavar una daga
en el entrecejo de una estatua 

que porta nuestro rostro.

romper el molde que revela un infante, carcomido por el odio, la desidia y la insensatez.

un infante que llora,

que llora gritando:

"por favor, protéjanme

de otros corazones
de otros miedos"

aunque, de niño no sabía quien era.

y hoy tampoco.

pero, ¿por qué dejar atrás lo que tanto tiempo he tardado en construir?
¿por qué mostrarme indefenso ante aquellos que se hunden en las rupturas de estas veredas que abrazo?

¿por qué dar tanto sin la intención de que alguien me note?


¿por qué correrme del techo que se me cae encima para tenderle mi mano a otro?

hoy decidí quién ser, o al menos que hacer.

voy a rendir mi pena hacia mi mismo
y voy a dejar mi cuerpo tendido para que lo pisoteen

dejaré que mil bocas me traguen y me escupan,

que los buitres vuelen sobre mi cabeza como aureola.

voy a lanzarme del precipicio del mundo
y voy a cenar los lamentos de mi vida bajo una luz de un foco de filamento gastado

mientras, con la puerta abierta, espero que alguien me abrace de muerte.

porque decidí que esto va a vivir el tiempo que yo desee
y va a extinguirse del modo que yo elija.


martes, 6 de febrero de 2018

aquel mundo que no le puedo dar a nadie

I

más trágico 
que un ramo de rosas,

es un puñado de espinas

y el remordimiento de no ver la belleza apagarse.

II

(...)

tendría que haberme quedado en casa.

III

hipoteco una fracción de mi vida
por un palco donde pueda ver el baldío donde solía arroparme de cemento podrido y alambres de hiedra.

entonces digo,
la teatralidad de la desesperanza es,

primero: enfrentarse al presente con las manos recubriendo el rostro.

segundo: la boca intentando saciar su sed con el agua que acaba de irse por el inodoro. 

tercero: convencerse a si mismo que todo lo anterior ha sido mejor que tener las manos amordazando la vista.

la obra: el abandono de un hogar roto, una siesta en una parcela olvidada y mi primera infección de tétanos.

IV

colisión a la altura de una señal de cerrado al tránsito.

la desobediencia 
como arma.

una cuna meciéndose sobre el capó de una patrulla.

un individuo hace sombras chinescas sobre un pecho helado

mientras una multitud cuenta un mismo cuento alrededor de una ambulancia
hasta que se aleja.

la breve intimidad que existe con un desfibrilador, se traduce en lo que significa 

morir
por siempre jóven.

V

orgasmos de puja y contracción

un ganado entero con la cabeza bajo tierra,
el miedo es infértil.

un nervio atascado en mis encías ejecuta una pieza que conmueve a los verdugos.

una vaca llorando por su ternero
y en contraparte, un empleado que se degolla frente a su familia.

sinfonía de luto y sangre.

los hombros no deciden si cargar madera o cuerpos sin corazón.

la sala de maternidad no da abasto,

la velatoria justo acaba de liberar nuevos turnos.

VI

a quienes en este preciso momento están siendo ejecutados públicamente,
les digo: el pánico escénico es algo pasajero.

VII

la niebla de un silencio distante
pregona: el día de mañana va a ser menos verdadero que el de hoy.

VIII

un lugar sin puertas

para que sigamos siendo.

IX

recordar: reparar a los quebrados, vencer a los orgullosos.