lunes, 24 de junio de 2019

el eco que gritó mi futuro desde la habitación que habité por primera vez

en mis paredes ´
la humedad dibujó un mapa que no lleva a ninguna parte

la cartografía de mi sistema circulatorio, o

   como todos los caminos de a poco se van borrando.

no me doy por vencido


miro por abajo de la puerta,

 miro buscando sombras

 tratando de comprender esas voces que escucho, pero que reverberan como si se encontrasen dentro mío.


el piso sucio, mi pecho helado
  me siento intruso aún mi propio hogar.

afuera, un motor que no sabe arrancar por el frío

  mientras aquellos que no tienen rostro merodean en los rincones donde nadie puede encontrarles

regalan una risa por allá, 

   desechan un llanto por acá

 la diferencia es casi imperceptible al tacto.

estar de espaldas,

incendiar  autos como deporte olímpico
    
 hacer una celebración a la que nadie asista.

las enredaderas crecen sobre el día que la ciudad se mantuvo quieta por primera vez.


  puedo escuchar como el asfalto se rompe solo.


*crack*

  *crack*

 mis dedos duelen,

 mientras mi aliento se pierde entre la noche.  

se sobreponen las letras de una frase que no termino de pintar nunca

   y que por lo tanto, nadie termina de entender.

 mis manos están aún débiles para dar indicaciones a quienes se hallan extraviados.


   las calles cambian de nombre por la hora

  los edificios no se mantienen en el mismo lugar

 y todo sigue tan complicado como el primer día.


la humedad agujerea con una precisión milimétrica casi todas mis articulaciones.


 tengo espasmos en sueños,

 a pesar de no estar seguro de estar soñado.

mi cama atesora las cenizas de los inviernos pasados.

  
 últimamente tengo el presentimiento que está por suceder algo afuera, pero nunca pasa nada.

  puedo escuchar como el asfalto se rompe solo.

*crack*

  *crack*
  
   mis brazos duelen,
   mientras mis voces se diluyen en las corrientes de la furia sin poder llegar a decir nada.

miércoles, 19 de junio de 2019

cupón de descuento para borrado de huellas dactilares

antes de dormir,
siempre un pocillo de agua negra.
   
  esperar que den las doce para tachar otro día en el calendario 
  
   negar la hostilidad de ayer,
    recibir la de hoy con brazos abiertos,

y lentamente perder el ímpetu,
  escondiendo las manos bajo las sábanas para que nadie sospeche de nosotros.

 el techo,
 cuentagotas.

la tormenta cuenta cuentos.

  entre relámpagos, 
    los árboles dibujan los perfiles de quienes ya caminaron los pasos que no puedo seguir, 

juegan con los marcos desproporcionados de las ventanas empañadas

hacen ruido metalúrgico.
  
ahuyentan los espíritus.

dejan ver, las formas de las figuras que aun no conocemos.

mientras nuestros sueños son seteados en frecuencias distintas a las de nuestras memorias,

tan familiares se muestran los rostros, las voces
    con esas modulaciones que imponen cariño y respeto

 con esos perfiles cálidos,  
     mi cabeza sobre un hombro.

 y de repente mis manos tan lejos

   y de la nada mi cama helada

    y mi respiración agitada, jadeante, y es de noche y no quiero, 
      y mi rostro transpirado y mi pecho,

ay, mi pecho doliendo.

    la vida que vivo sin vivir la vida que estoy viviendo

y las ventanas que rompen mi último juego de sábanas limpio.

     mil pequeñísimos reflejos que son míos, que son míos, 
 por los que no pedí

 una noche intrusa en mi cama,
    mi piel pálida, húmeda y temblando entre un colchón que me lleva de nuevo a la más primera de mis infancias.

el pocillo lleno de agua negra, de nuevo.

 afuera, la luz mostrándose cuando lo considera pertinente.

  mis manos me abrazan,
  pero las siento tan lejos

 mi cama está helada a pesar de haber pasado una semana en ella sin moverme.


todo el día es de noche 
y no quiero.