antes de dormir,
siempre un pocillo de agua negra.
esperar que den las doce para tachar otro día en el calendario
negar la hostilidad de ayer,
recibir la de hoy con brazos abiertos,
y lentamente perder el ímpetu,
escondiendo las manos bajo las sábanas para que nadie sospeche de nosotros.
el techo,
cuentagotas.
la tormenta cuenta cuentos.
entre relámpagos,
los árboles dibujan los perfiles de quienes ya caminaron los pasos que no puedo seguir,
juegan con los marcos desproporcionados de las ventanas empañadas
hacen ruido metalúrgico.
ahuyentan los espíritus.
dejan ver, las formas de las figuras que aun no conocemos.
mientras nuestros sueños son seteados en frecuencias distintas a las de nuestras memorias,
tan familiares se muestran los rostros, las voces
con esas modulaciones que imponen cariño y respeto
con esos perfiles cálidos,
mi cabeza sobre un hombro.
y de repente mis manos tan lejos
y de la nada mi cama helada
y mi respiración agitada, jadeante, y es de noche y no quiero,
y mi rostro transpirado y mi pecho,
ay, mi pecho doliendo.
la vida que vivo sin vivir la vida que estoy viviendo
y las ventanas que rompen mi último juego de sábanas limpio.
mil pequeñísimos reflejos que son míos, que son míos,
por los que no pedí
una noche intrusa en mi cama,
mi piel pálida, húmeda y temblando entre un colchón que me lleva de nuevo a la más primera de mis infancias.
el pocillo lleno de agua negra, de nuevo.
afuera, la luz mostrándose cuando lo considera pertinente.
mis manos me abrazan,
pero las siento tan lejos
mi cama está helada a pesar de haber pasado una semana en ella sin moverme.
todo el día es de noche
y no quiero.
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