I
las semillas secas
tierra boba,
incauta
bajo los huertos
desprolijos
no hay más
que
enjambres de ratas
anudadas por la cola
queriendo escapar en múltiples direcciones,
pero que por falta de acuerdo
terminan permaneciendo siempre en el mismo lugar.
II
recordatorio: lo que no debe ser nombrado continua al acecho
III
con
mis
manos
despedacé
el centro de mesa,
la cena
volvió brea líquida
a las cerámicas
de un suelo
abatido.
la panera
ahora se posa
sobre la cabeza de los niños
para las guerras de domingo por la tarde.
bajo la media sombra se está mejor que allá afuera.
IV
de la lluvia
a fuego lento.
las gotitas de sangre chispotean sobre el bebedor de los gorriones
quienes ahora cubren sus picos con sus alas por el arrepentimiento
de no haber sabido ver que el cielo no era únicamente suyo.
V
de quién son aquellas manos que cortan los cielos
que se adentran en mi mirada como en el vientre de
la fauna recién cazada
por la necesidad.
de quién son estos dientes que despedazan la carne
porque
de sangre son los hilos
que enhebran
la sed
que seca
la garganta que no puede seguir tragando
magullones
propios de la tracción
del ejercicio.
allá las penas,
acá las penas,
el sol sigue quemando por entre las nubes cercenadas.
VI
orfebres operan quirúrgicamente vajillas quebradas por la inercia
con restos de maquinaria obsoleta
entre los espacios de los platos,
las cadenas
y el óxido
formándose
en las esquinas bajo el mármol
entre los márgenes del piletón donde van apilándose
las ollas que van creando oleajes inestables
mediados por la oscilación de un foco mal colocado.
VII
la oferta es trampa,
las caricias
veneno.
nadie nunca muere
donde se hallan
las tumbas.
de las ruinas
solo quedan
impresiones.
enséñenme algo que me asombre,
ahora
enséñenme las tradiciones que no se han perpetuado
y pongan
las ofrendas sobre la mesa
antes de que todo se termine.
VIII
salvapantallas analógico,
entrando la guarida
los dientes de piedra
rayan mi piel
dejando caminitos blancos
que guían escalofríos hacia el centro
donde yace aquello que apronta el terror.
ahora bien,
quienes se niegan
no se han dejado impresos
por ende han de terminar olvidados.
quienes se rehúsan a perder la fe
acaban con la vista alta hacia el sol
y el cuerpo fijado en la tierra.
no hay nada más que hacer que posarse bajo los jardines
y esperar algún día
poder obrar de sombra.
IX
inundan las sirenas
el mar
que es este pedazo de tierra
que se va encajando entre las huellas de las ruedas
de las patrullas
de;reconocimiento
que por el campo
tajeado por la horda/hambrienta,
me avisan
que
allá arriba
el dios sediento sigue buscándome.