I
hay
un maniquí elegante
al otro lado de la sala
portando
un vestido blanco
que ya no está
tan blanco
y por la pérdida de color,
mas bien
parece un
vestido sepia,
amarillento
como colmillo
de fumador empedernido.
fumador
que guarda una aguja
entre los labios
junto al cigarrillo,
que usa
para remendar
el velo
de un vestido blanco
que ya no está
tan blanco.
II
un dios anónimo
mueve la lengua
comandando legiones de fuego.
el cielo se ornamenta
de hollín
como en aquellos sueños corruptos,
mientras las huestes
avanzan
a campo abierto
escupiendo la tierra quemada
que es la ración
para los cabos
menores
por acatar aquel juramento vacío
por que el que van a morir
calcinados.
III
se esconden
madrigueras
bajo las aspas
de las bordeadoras.
nidos.
ahora nichos
que son bodegas
para las lombrices
que se alimentan del calor
del centro de la tierra.
los aspersores le regalan doce cañonazos de agua al cielo a modo de honor.
la sequía continúa
revelando lo que enterramos hace años.
una remera que ya no me entra,
un dibujo cuya tinta fue devorada por la humedad
veinte figuritas repetidas de un álbum que nunca completé.
IV
la humedad
no entorpece
el oficio de las jaurías.
por entre matorrales avanzan
desmembrando mascotas anónimas empezando siempre por el cogote
mientras que sus dueños aun no se han percatado de su ausencia.
el momento que existe cuando la tristeza no se coincide con el hecho inmediatamente
se traduce en el dolor de lo que no se sabe,
en la aflicción de la imaginación del acto
y en
la humedad que
me obliga a ducharme con agua fría
y a cambiar mis sábanas por segunda vez en tres días.
mientras entre las rendijas de la ventana del baño
puedo escuchar perros ladrando bajo un cielo color índigo
mientras me preguntó quien habrá sido la víctima de hoy.
V
donde nunca llegué
está lejos.
por allá,
cruzando el río
lo que nunca encontré
se esconde
por entre los árboles.
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