amputécnica,
la sangre sellada al vacío
es emblema del más puro calibre
cuyo gusto dulce, se sabe, se percibe mejor bajo la lengua
donde un gusano cuyo crecimiento se ha estancado
añora el calor de su madre.
el ejercicio de arrancarles todos los dientes a los ángeles
solo responde al credo: todo tiene que irse del lugar de donde está.
bacteriografía celestial,
decenas de trampillas laten sincopadas
enseñando los nervios, cordones de oro
que como riendas de corceles inmaculados
exclaman al unísono que mío será el descenso.
ahora bien,
dentro del fenómeno de la industrialización corpórea
la combustión, al igual que la caída, es inevitable.
mi piel,
compactada,
forrará por dentro
las valijas de plata.
el hollín caerá eternamente sobre un asentamiento montañoso remoto.
el fuego será obsequio
adorado, a la par que temido.
sostendrán antorchas, entonces, siervos risueños
tomarán piedras con sus manos diminutas
y se verán a los rostros.
el apilarlas contra un cuerpo que no es suyo, o apilarlas entre sí
será dictado por el diálogo de miradas,
el resultado no cambiará nada, sino que solo dictará la articulación de una estructura que aun no se ha inventado.
la noche caía desde antes que los primeros ojos se abrieran
el día nacía a través de los corazones de la fauna, antes de que comenzara a nacer a través del suyo.
por demás,
el resto solo es desvanecerse
hasta que el último testigo
haya olvidado que hubo algo
en primer lugar.
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