pequeñas luciérnagas incendiarias
recorren las empalizadas improvisadas
que erigimos para resguardarnos de la noche.
caen
exhaustas
como plástico derretido
aferrándose como costra
a una piel
endeble
que es mía.
tersura chamuscada,
el tacto mareado
¿dónde poner la coordenada para diferenciarme?
¿cómo orientarme?
si ya no veo.
agua helada
ca
yen
do
de a escupitajos,
media entre el ardor
y los ojos apretados por voluntad ajena
logrando una concesión
para el cese de las hostilidades.
una hoguera
a lo lejos
dibuja siluetas propias de un tenebrismo meticulosamente trabajado.
una polilla diminuta
se disfraza de demonio al otro lado del pueblo
sus alitas de poliéster
aletean en vano
confeccionando una danza
que es la ejecución precisa de un vuelo interrumpido
que corta brisas de aire seco como rompevientos.
un mástil ahuecado
al centro,
izado a media asta
el mantel en el que merendábamos cuando niños.
en el pecho, manos aferrándose a lo que pueden
en pos del recuerdo.
tantos mártires,
repertorios de una tristeza cíclica
e inevitable
y la ausencia de un espacio
que en su propuesta
de un abandono definitivo,
advierten como automatismos programados,
el fin de la era de la adoración.
las estéticas del auto-engaño,
encriptadas
subastadas
una mente colmena que replica
un vacío perpetuo
que es la estática
de la misma estación de radio
abandonada hace más de dos décadas.
las empalizadas quebradas
por una belleza fugaz, violenta y efímera.
los hilos
de las bolsas de cenizas que cargo
se amarañan entre mis dedos
y dejan marcas
que parecen inscribir
un pedido de auxilio
en una piel
a la que el tacto le es ajeno.