martes, 5 de agosto de 2025

las estructuras del silencio

un siglo de energía dimos
para esculpir el nombre del norte.
los cuervos tomaban turnos para memorizarlo
mientras aprendían a despedirse del apego.

en cónclave y en nido de alta tensión,
monitoreaban la primavera. entremedio,
nosotros conjuramos el desarme.

acariciamos vidrio con las tibias,
a la vez que aprendimos a distorsionar las cadencias de nuestros sonidos.
más allá de los médanos, el entierro cincelado por las uñas reveló un rostro familiar. los días de un futuro extraviado.

el aviso del campanario fue el primer souvenir
del tropiezo de la tarde. los dientes de león se disolvieron hasta confundirse con las estelas de las turbinas del primer avión del que tengo memoria.

recuerdo merodear en las fantasías donde mordisqueaba el pelo de los gigantes para ver el desprendimiento de las fibras y el nacimiento de una nueva ciudad,
un nuevo enclave donde pudiera ser regente.

albergué todas esas pequeñas leyendas en la palma de mi mano
honrando la errónea creencia de que narraría por siempre las mismas historias.

el primer corte fue el que reveló la fugacidad de la mitología. las heridas siempre van en bajada. ahora solo puedo revisitar las pocas frágiles mímicas de coral hueco que aun siguen de pie e intentar recolectar el sentido imbuido en ellas hace tanto tiempo. 

por las perlas aprendí a ser orfebre, los guantes manchados
son el peso de la ejecución en el sueño de los asesinos,
allí, con las encías licuadas,
supe quien amó primero.

mi voz es un velo calcificado
buscando encauzar al estómago de sensaciones exógenas.
el ruido trata de esconderse por su timidez, mientras mi mirada
intenta santificar a la espalda como la tierra de las cruces.

ahora sé que no me importa si las puntas de mis dedos estallan, o se derriten,
quiero inclinar mi cuerpo y ofrecer el poco calor que tengo para intentar volver a iluminar a quienes se han apagado.

antes de extinguirme, quisiera volver a tener la mano brotada de cardenales
cantar a través de ellos y sentir el vuelo encapsulado entre las fibras chamuscadas de mis músculos.

quisiera guardar mi cariño en placas de petri y que prolifere; tomar las muestras y suspenderlas como santuarios para poder cerrar los ojos y sentir que todos están junto a mi.

quisiera sentir el aroma doblarse  -señal que anuncia el comienzo de los caminos- recolectar un puñado de flores primitivas y, con los tallos, desempapelar la ciudad buscando un rostro amigo.


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