jueves, 19 de febrero de 2015

Inherencia

culminación,
fragmentada en mil pedazos, yace el alma;
bajo el helado velo,
de este suelo;
inherencia,
entre cuerpo y alma,
y de este cuerpo;
tan seco,
dejará de latir su corazón,
desaparecerá;
como desaparecen las hojas en invierno,
apropiándoselas;
sentir, ahora es solo un vestigio,
un recuerdo de miles de ellos,
una sensación de miles de ellas,
quebradas,
y meticulosamente ordenadas por el azar,
en este suelo,
que hoy recuerda,
ríe,
y siente;
más que este cuerpo,
ya a punto de pudrirse;
aún en su fugaz periplo hacia la inexistencia,
desestima la soledad,
no al ser algo que siente,
si no al ser algo de no ver a nadie junto a el,
otra piel,
otro cuerpo,
otra carne viva;
pero aún así, no encuentra a nadie,
se regala pétalos a si mismo,
para que se marchiten junto a él,
y las raíces de aquella flor, ya fallecida,
el cuerpo tiernamente las deposita,
junto a fragmentos de lo que antes era;
en señal de luto,
y piensa,
en que quizás, las flores que accidentalmente pisó,
hermanas, de aquella que eligió,
no llegaron al hospital;
y que tal vez por eso,
la primavera estuvo de luto,
unos tres meses más,
y tempestuoso, el invierno lo condecoró con una tormenta,
que casi lo desaparece,
del suelo que sus pies desnudos amoldaban,
pero rehusó,
dejarse solo de nuevo,
los fragmentos de su esencia seguían allí,
como si aquel día en que su alma se fragmentó,
nunca hubiese dejado de ser el mismo;
y pidiéndole un perdón a la tempestad,
le hizo la promesa,
y que cuando sea la próxima vez que por su hogar ostente su presencia,
dejaría que lo sople, y jamás la iba abandonar;
al cabo de los meses,
el periplo del cuerpo,
en contra de sus conclusiones, elaboradas justo después de convertirse en cuerpo,
se volvió más largo;
las agujas del reloj,
no giraban lo suficientemente rápido,
y pensaba,
en regalarse un fin,
para el comienzo que se le presentó,
una declinación que tan grave parecía,
y sin pronosticarlo,
se convirtió en una recta,
que nada ostentaba,
nada ofrecía,
nada regalaba ni daba,
y nada era,
era solo una vida,
que nada sentía,
y que vida es vida si eso ocurre?
el invierno largo,
solo le dejó con una promesa vacía,
la primavera,
con más pétalos que lo acompañen a su marchitar,
que parecía nunca ocurrir,
los pétalos de las flores,
lentamente, se comenzaban a ir,
dejándolo;
el verano le regaló un sol,
que quemaba su piel,
pero frío dejaba su corazón,
como lo había estado ya, hace tiempo,
y el otoño,
solo le trajo brisas,
y entre ellas,
se escondía la tempestad,
que tímidamente, con algunos vientos se presentó en su hogar,
y ya nada más quedaba para él,
entonces acorde a sus palabras,
la tempestad lo sopló,
el alma, del piso, no se movió,
pero el cuerpo viajó;
entre vientos y tormentas,
entre relámpagos y truenos,
que poco a poco, fueron moldeándolo,
para convertirlo en una nube negra,
que al cabo del tiempo,
no encontraba contención en su pensar;
habían pasado los años,
desde el inicio de su periplo con la tempestad,
y a punto estaba de irse, ya;
y solo le pidió un favor,
al que la constante tormenta accedió;
y pronto llegaron al que antes había sido su hogar;
todo seguía intacto,
casi igual,
y una tormenta sobre aquella tierra se desató,
haciendo desaparecer el techo de aquella morada,
para que el agua de aquella nube negra, sobre el piso caiga,
y allí, igual que siempre, estaba su alma,
que fue arrastrada,
por una pequeña canaleta,
y ambos,
al diluirse,
se convirtieron en uno,
después de tanto tiempo sin serlo;
la tempestad luego de eso se marchó,
y el cuerpo y el alma,
a la fértil tierra fueron a parar,
y que al regarla,
concibieron a la flor,
con todos los pétalos marchitos que el cuerpo de sus flores desprendió,
y después de tanto tiempo;
el cuerpo y el alma,
eran vida,
como solían serlo;
inicio;

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