martes, 20 de noviembre de 2018

lo poco que nos queda y aún no hemos perdido

el tiempo es un síntoma crónico 
que se derrama 
sobre las flores del mantel 
de la mesa de casa,
mi casa 
testimonio del síntoma 
de la fiebre del tiempo, 

entonces repito, educándome: "no debo tocar el pasado porque quema".


deberé de beber litros de agua salada

 para vomitar una playa en la que todo esto ya sea indistinguible.

o quizás evocar pasajes erráticos de libros que nunca leí,

  o leer las manos de quienes ya no están
  
  retratar ausencias, o hacer explotar el termotanque, da lo mismo.

entonces repito, ahora contra mi voluntad: "este no puede ser el cielo, lo reconocería".


y si,


algo falta y es insoportable.


y si 

sigo caminando entre silencios con dientes, 
ahuyentando la humedad de las paredes, 
purgándome 
pies, manos y lágrimas 
para evitar tener que nombrar una por una 
todas mis ausencias. 

diez pisos más abajo 

nadie alza los ojos para ver 
las ventanas abiertas.

diez pisos más abajo 

el asfalto apenas parece 
la silueta oxidada 
de una infancia que no fue 
más que el anhelo insoportable
de habitar con un cuerpo la quietud.

pero hoy,

 la mochila del baño sigue perdiendo después de cuatro meses,
   
 las persianas permanecen cerradas desde el invierno.

el viento,

 es el polvo que sale de una radio re-transmitiendo un partido de fútbol
 de hace cuarenta años.

  y afuera de mi puerta, golpea la respiración de un perro con bronquitis 

 los pulmones que vibran como motor ahogado
desatornillan las bisagras. 
   
todo se siente como si me hubieran empujado a estar donde estoy ahora, 
                no estoy seguro de haber hecho algo por mi alguna vez. 

y aunque puedo considerar la idea de la posibilidad como bastión erigido para prolongar mi consciencia,


   no pienses que no sé.

   porque estoy al tanto de que nadie va a continuar mis rastros,

ni va a venir a rescatar mis restos.

solo van a escribirme con un puñal sobre el pecho de mi memoria, 

     jamás viéndome a la cara porque sentir piedad es imperdonable
               y van a crear una voluntad, para que sea mi última.

y aunque rasguñe 

el interior del sarcófago
hasta astillarme las yemas de los dedos, 
ni siquiera el eco 
de mi respiración aullante 
podrá hacer que
del otro lado 
de esta tierra, todavía húmeda, 
mis plegarias no se desarmen
en paladares ajenos

del otro lado 

de esta tierra húmeda,
de esta herida aún punzante, 
de este suspiro que me ahoga
alguien llora a sus muertos.

los codos hundidos en los nombres que nadie nombra, 

   los floreros vacíos, y todas las flores muriendo con los muertos.

mis dedos reventados, 

   mi habitación vacía,
los libros que nunca leí, 
la desconexión inminente de la luz que nunca pagué,

la mochila del baño que sigue perdiendo,


una voz que ya no reconozco,

 unos pies que no son míos,
  una persiana que se abre por primera vez

y afuera, la tormenta más grande de todas las primaveras que viví. 


siento que detrás hay un incendio que comienza a besarme los tobillos,

en contraparte, delante mío hay algo que no entiendo

y no sé como hacerle frente.


solo sé que en mis manos hay un ramo de flores anidado a mis muñecas,

 las espinas pinchan una por una, cada una de mis venas,

pero ya no duele.


¿por quién lloro ahora, sino es por mi?

caminar esta tierra húmeda es como pisotear cientos de corazones a punto de extinguir su latido. 

¿que nos dejará la tormenta entonces, sino es silencio?


además, ¿quién se deleita ahora de mis rezos?

  
si yo ya no pido nada.


Escrito con Lara


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