curábamos el recuerdo arando las tumbas,
nos preguntábamos a donde iban los nombres cuando se alejaban de la sangre
y la respuesta siempre era la misma: un duelo adelantado por las posibilidades que deslizábamos bajo la puerta del otro como cartas.
por las noches, las sombras eran celadores que espantaban a las criaturas diurnas. cuando aun existía el silencio, nos deteníamos a intentar descifrar lo que brotaba del abdomen los grillos, pensando que quizás fueron ellos quienes conocieron el añoro antes que nadie.
cuando fabricaron el prototipo de la humedad, imaginamos el mundo descalzos,
desmontando los terrores para confeccionar las primeras fábulas
y presentarlas ante un mundo en donde solo las formas mas simples tenían nombre.
recuerdo cuando entendí el calor y lo que significaba saberse exento de ausencias, trepando alturas hasta llegar a donde el aire no tenía color y la muerte era diminuta.
recuerdo como el sol nos pareció familiar por primera vez y como empezábamos a desdoblarnos del presente.
nos preguntábamos si algún día otros mirarían a través de nuestros ojos, así también como si esta era la primera vez que ejercíamos la mirada. ignorábamos la posibilidad de habernos visto antes desde que pactamos que todo iba a ser nuevo.
aprendimos con el tiempo que la curiosidad mutaba en distintas formas,
no renegábamos de la suerte de poder abrazar la riqueza que existía en lo discrepante, pero por lo bajo comenzamos a guardarle rencor a una distancia que anudaba palabras al punto de volverlas indescifrables.
reconocimos la pérdida del idioma y vimos esfumarse los nombres que les regalamos a lo que nos rodeaba. la hostilidad de no saberse nombrado significó el regreso a un mundo que nos era ajeno.
pensamos que adoptar la ligereza de forma voluntaria era el camino más rápido para volver a ese lugar donde no habían escalofríos que pudieran mecer el miedo, simplemente porque no había miedo.
recuerdo cuando inauguramos la mañana en la que íbamos a caer, como también la conveniente forma que tenía el peligro de demorar los sentidos.
ambos sabíamos que todo era irremediable cuando los clavos rudimentarios cedieron y dejaron caer los retratos que habíamos levantado. a través de los cristales, centenares de réplicas nuestras terminaron por agotar las miradas y se supieron desconocidos entre sí.
volví a pensar en si estos ojos ya habían visto antes de saberme su dueño, pensé en un mundo antes de mi y mire hacia el cielo para asegurarle a mi mirada que todo seguía igual, pero no pude encontrar el sol. aun recuerdo ese momento, cuando anunciaron la invención de la lluvia.