una danza fluye bajo el viento;
en su aire, casi pueden oírse romper las olas
de un mar petrificado;
junto a la rompiente, se oye un alma llorando;
cuya pena,
pesa en mi pecho,
que empuja a mi voz
a romper el silencio;
vuelvo del delirio
y veo a mi cuerpo, condenado al vacío,
haciendo sonreír a la muerte;
sigo desvaneciéndome
casi ahogado, en sangre de muerte,
aquella, que es la oscuridad que veo;
mi piel se abre,
nace un sol muriendo;
rojo es ahora el cielo, puesto que la sangre es lenta
más lento el pensamiento,
que cuando se da cuenta,
noche, es de nuevo;
y sonríe la muerte, esperando a mi llegada;
caigo, caigo
y sigo cayendo;
cada vez el aire se vuelve más denso
pesa el pesar del alma
y pesa mi cuerpo
que se despide del aire
y abraza a la tierra, de quien ya se había olvidado;
muere conmigo el silencio,
la playa,
las olas,
y el mar,
pero el alma sigue llorando (esta vez por mí)
aunque mi pecho ya se ha liberado de su pesar;
minutos pasan de mi muerte;
cae mi sangre,
volviendo a su cuerpo;
la luz a mi piel ha regresado
y roja es ahora la tierra,
pero oscuro el cielo;
y la muerte, muere de risa
celebrando que de ella, cofrade me he vuelto
No hay comentarios.:
Publicar un comentario