hábitat
desenmascarado
mis brazos son grietas de un desierto
¿quién viene a mí ahora?
mis ojos no,
ya no nos pertenecen.
preámbulo: quinientos cincuenta y tres picotazos
me lanzó el águila
para nacerme.
los ojos
con las cuencas mutiladas en sus dedos
(sus índices)
juran potestad a la belleza,
es
natural/eza/muerta
son
mis caderas podridas
dándole refugio a lombrices desahuciadas.
ay, la crudeza de la tierra infértil.
preludios
son
aludes (alusión)
anuncio de muerte, ergo,
advenimiento del cuervo.
invitación a la danza
en la cual el más humilde
cubre su rostro
con los rostros de aquellos a quienes amó,
desarma el fuego
de su voz cansada,
nos muestra su garganta calcinada
mientras tose
como perro enfermo.
los pechos se abrazan en un desfile
donde la piel se dilata
volviéndose una,
mientras los mensajeros temen el equivocarse
pregonando el fin del mundo.
arde mi estómago,
el vid
¡ay hijo maldito!
otra vez asesinándome.
el antiguo salón ha quedado reducido a cenizas
¿quién podría llegar a limpiar la rebelión
de docenas de almas?
la burguesía no distingue
el amor del castigo,
sadismo de la alta sociedad.
(mis brazos
cargan con tanta pena)
los camellos resguardan en sus jorobas
el sudor de los exilios
la saliva de las hienas hambrientas
y los corazones del despavor.
demasiado nada,
demasiado todo.
los muertos
se rehúsan a abandonar sus cárceles
era su arma, desde luego
la ofrenda,
una última cena: calibre cuarenta y cinco.
el cielo cae desangrado
con
su último rayo
que me besa la espalda,
las águilas ancianas
despiertan
para herir al próximo profeta.
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