nos encontramos
donde el techo derrotado se abraza de nuestros tobillos,
donde a los árboles les sobra la piel
y donde, alguna vez, se nos fugaron las presencias.
con las sombras,
que nacían de nuestras manos para imprimirse como aguafuertes en paredes amarillentas de humedad
contábamos historias,
perseguíamos lo que nos faltaba
resignificábamos lo que ya teníamos.
y entre tanto, también nos escondíamos
entre las grietas de los suelos muertos,
hacíamos nidos,
nichos velatorios entre lo infértil.
nos silenciábamos, también gritábamos
cosiéndonos los labios con consentimiento.
enhebrábamos con paciencia los hilos encerados
explotando los fusiles,
dialogábamos las cenas románticas articulando silencios.
nos disfrazábamos de nuestros peores temores para espantarlos.
ya no teníamos miedo de nada.
desentendíamos las concepciones de los pretéritos,
los presentes y los futuros
inciertos.
nos habitaban los odios, aquellos que adorábamos
oíamos himnos,
avistábamos los corazones
ignorando nuestros propios pechos descubiertos,
las dagas cortando las mismas cuerdas.
nos daba lo mismo la caída al vacío,
el telón cayendo sobre nosotros,
los tobillos trazados de ardor,
o el techo pecando de ausencia.
pedíamos la libertad abrazándonos de los barrotes de las rendijas
por las que se escapaba todo aquello que se nos desbordaba y no podíamos contener.
gritábamos entre bosques incendiados,
celebrábamos, nos lamentábamos
cubríamos de cenizas nuestras frentes para hacerle frente a lo que desconocíamos.
entre huecos de incomunicación a veces nos rechazábamos, nos olvidábamos,
deseándonos al mismo tiempo.
entre las manos conocíamos la mímesis del tacto,
nombrábamos lo que entonces no tenía nombre, nos decíamos, nos reíamos,
nos llorábamos, también
oíamos canciones,
avistábamos lo oscuro de las gargantas de la noche,
escupíamos fuego que trazaba caminos que luego nadie recorría.
los tobillos trazados, cartografiados de dolor
el cielo presente oficiando de testigo
una casa rota, vacía
nos daba lo mismo.
y hoy nos encontramos,
portando las presencias que no nos corresponden,
ahuyentando a los depredadores de las madrigueras deshabitadas.
la tierra húmeda,
los árboles tallados deletreando un nombre que jamás habíamos escuchado.
entre tanto, también dibujábamos sombras,
muchas de las cuales ya se nos han perdido
y otras pocas, ocultas entre los escombros de las paredes que alguna vez nos dieron refugio.
el dolor de estarse quieto,
un tacto que no es nuestro
y el cielo oficiando de testigo.
martes, 27 de noviembre de 2018
martes, 20 de noviembre de 2018
lo poco que nos queda y aún no hemos perdido
el tiempo es un síntoma crónico
que se derrama
sobre las flores del mantel
de la mesa de casa,
mi casa
testimonio del síntoma
de la fiebre del tiempo,
entonces repito, educándome: "no debo tocar el pasado porque quema".
deberé de beber litros de agua salada
para vomitar una playa en la que todo esto ya sea indistinguible.
o quizás evocar pasajes erráticos de libros que nunca leí,
o leer las manos de quienes ya no están
retratar ausencias, o hacer explotar el termotanque, da lo mismo.
entonces repito, ahora contra mi voluntad: "este no puede ser el cielo, lo reconocería".
y si,
algo falta y es insoportable.
y si
sigo caminando entre silencios con dientes,
ahuyentando la humedad de las paredes,
purgándome
pies, manos y lágrimas
para evitar tener que nombrar una por una
todas mis ausencias.
diez pisos más abajo
nadie alza los ojos para ver
las ventanas abiertas.
diez pisos más abajo
el asfalto apenas parece
la silueta oxidada
de una infancia que no fue
más que el anhelo insoportable
de habitar con un cuerpo la quietud.
pero hoy,
la mochila del baño sigue perdiendo después de cuatro meses,
las persianas permanecen cerradas desde el invierno.
el viento,
es el polvo que sale de una radio re-transmitiendo un partido de fútbol
de hace cuarenta años.
y afuera de mi puerta, golpea la respiración de un perro con bronquitis
los pulmones que vibran como motor ahogado
desatornillan las bisagras.
todo se siente como si me hubieran empujado a estar donde estoy ahora,
no estoy seguro de haber hecho algo por mi alguna vez.
y aunque puedo considerar la idea de la posibilidad como bastión erigido para prolongar mi consciencia,
no pienses que no sé.
porque estoy al tanto de que nadie va a continuar mis rastros,
ni va a venir a rescatar mis restos.
solo van a escribirme con un puñal sobre el pecho de mi memoria,
jamás viéndome a la cara porque sentir piedad es imperdonable
y van a crear una voluntad, para que sea mi última.
y aunque rasguñe
el interior del sarcófago
hasta astillarme las yemas de los dedos,
ni siquiera el eco
de mi respiración aullante
podrá hacer que
del otro lado
de esta tierra, todavía húmeda,
mis plegarias no se desarmen
en paladares ajenos
del otro lado
de esta tierra húmeda,
de esta herida aún punzante,
de este suspiro que me ahoga
alguien llora a sus muertos.
los codos hundidos en los nombres que nadie nombra,
los floreros vacíos, y todas las flores muriendo con los muertos.
mis dedos reventados,
mi habitación vacía,
los libros que nunca leí,
la desconexión inminente de la luz que nunca pagué,
la mochila del baño que sigue perdiendo,
una voz que ya no reconozco,
unos pies que no son míos,
una persiana que se abre por primera vez
y afuera, la tormenta más grande de todas las primaveras que viví.
siento que detrás hay un incendio que comienza a besarme los tobillos,
en contraparte, delante mío hay algo que no entiendo
y no sé como hacerle frente.
solo sé que en mis manos hay un ramo de flores anidado a mis muñecas,
las espinas pinchan una por una, cada una de mis venas,
pero ya no duele.
¿por quién lloro ahora, sino es por mi?
caminar esta tierra húmeda es como pisotear cientos de corazones a punto de extinguir su latido.
¿que nos dejará la tormenta entonces, sino es silencio?
además, ¿quién se deleita ahora de mis rezos?
si yo ya no pido nada.
Escrito con Lara
que se derrama
sobre las flores del mantel
de la mesa de casa,
mi casa
testimonio del síntoma
de la fiebre del tiempo,
entonces repito, educándome: "no debo tocar el pasado porque quema".
deberé de beber litros de agua salada
para vomitar una playa en la que todo esto ya sea indistinguible.
o quizás evocar pasajes erráticos de libros que nunca leí,
o leer las manos de quienes ya no están
retratar ausencias, o hacer explotar el termotanque, da lo mismo.
entonces repito, ahora contra mi voluntad: "este no puede ser el cielo, lo reconocería".
y si,
algo falta y es insoportable.
y si
sigo caminando entre silencios con dientes,
ahuyentando la humedad de las paredes,
purgándome
pies, manos y lágrimas
para evitar tener que nombrar una por una
todas mis ausencias.
diez pisos más abajo
nadie alza los ojos para ver
las ventanas abiertas.
diez pisos más abajo
el asfalto apenas parece
la silueta oxidada
de una infancia que no fue
más que el anhelo insoportable
de habitar con un cuerpo la quietud.
pero hoy,
la mochila del baño sigue perdiendo después de cuatro meses,
las persianas permanecen cerradas desde el invierno.
el viento,
es el polvo que sale de una radio re-transmitiendo un partido de fútbol
de hace cuarenta años.
y afuera de mi puerta, golpea la respiración de un perro con bronquitis
los pulmones que vibran como motor ahogado
desatornillan las bisagras.
todo se siente como si me hubieran empujado a estar donde estoy ahora,
no estoy seguro de haber hecho algo por mi alguna vez.
y aunque puedo considerar la idea de la posibilidad como bastión erigido para prolongar mi consciencia,
no pienses que no sé.
porque estoy al tanto de que nadie va a continuar mis rastros,
ni va a venir a rescatar mis restos.
solo van a escribirme con un puñal sobre el pecho de mi memoria,
jamás viéndome a la cara porque sentir piedad es imperdonable
y van a crear una voluntad, para que sea mi última.
y aunque rasguñe
el interior del sarcófago
hasta astillarme las yemas de los dedos,
ni siquiera el eco
de mi respiración aullante
podrá hacer que
del otro lado
de esta tierra, todavía húmeda,
mis plegarias no se desarmen
en paladares ajenos
del otro lado
de esta tierra húmeda,
de esta herida aún punzante,
de este suspiro que me ahoga
alguien llora a sus muertos.
los codos hundidos en los nombres que nadie nombra,
los floreros vacíos, y todas las flores muriendo con los muertos.
mis dedos reventados,
mi habitación vacía,
los libros que nunca leí,
la desconexión inminente de la luz que nunca pagué,
la mochila del baño que sigue perdiendo,
una voz que ya no reconozco,
unos pies que no son míos,
una persiana que se abre por primera vez
y afuera, la tormenta más grande de todas las primaveras que viví.
siento que detrás hay un incendio que comienza a besarme los tobillos,
en contraparte, delante mío hay algo que no entiendo
y no sé como hacerle frente.
solo sé que en mis manos hay un ramo de flores anidado a mis muñecas,
las espinas pinchan una por una, cada una de mis venas,
pero ya no duele.
¿por quién lloro ahora, sino es por mi?
caminar esta tierra húmeda es como pisotear cientos de corazones a punto de extinguir su latido.
¿que nos dejará la tormenta entonces, sino es silencio?
además, ¿quién se deleita ahora de mis rezos?
si yo ya no pido nada.
Escrito con Lara
sábado, 3 de noviembre de 2018
treinta días de prueba gratuita
¿arriba?
el cielo,
¿en él?
nada que sea mio.
caigo súbitamente desde mis mayores miedos,
un ascensor averiado
la atención al público no abrirá sus puertas hasta nuevo aviso.
entonces ahora,
las manos aferrándose a las poleas, direccionando un velero hacia el ojo de la tormenta
la tracción a sangre
el ardor de todos estos años y la misma herida abierta que portaron mis ancestros.
planta baja,
subsuelo 1,
subsuelo 2,
motor quemado.
las estrellas como candelabros asfixiándose de humedad,
claridad, luz de vela
treinta y cinco grados centígrados
y una mesa larga ofreciendo copitas de insecticida servidas con el mayor de los cuidados.
los comensales desayunan lo que las esclavas rechazaron,
duermen bajo las camas desechas,
y ríen por lo bajo, procurando guardar discreción.
arriba el cielo,
ya carece de cobre
corriente alterna/corriente continua
dan lo mismo si ya no vemos nada,
si ya nada es nuestro.
¿arriba?
mi garganta inflamada de gritar en silencio.
abajo de mi cama, el cielo.
mis manos,
esclavas
alternan turnos para procurar que nada habite bajo mi espalda sin que yo lo sepa.
las copas van rompiéndose,
el edificio cierra por fumigación.
el ascensor no funciona,
mis manos,
heridas,
la sal ya no sirve de nada.
asfixia
darwinismo
hacinamiento.
nadie quiere cargar con las culpas de saberse derrotado,
nadie quiere cenar,
alguien rompió la mesa,
las estrellas hacen saltar la térmica
nadie quiere poner sus manos en el fuego
y nadie quiere morirse quemado.
¿arriba?
nada
¿abajo?
nada
respiraciones que acaparan todo mi aire
un pulmón desgarrándose
la sangre hirviendo, huyendo de lo que resta de mi nariz rota en mil pedazos
el piso siempre está un poco más frío que el resto,
las paredes se derriten,
la brea captura los zapatos y funde la piel para volverla parte de la tierra.
entonces, ahora
me aferro
a lo que nunca fue mio,
porque hoy me permito sentirlo propio
el impacto siempre duele menos
teniendo una lanza atravesada en el corazón,
la claustrofobia de estar vivo.
el cielo,
¿en él?
nada que sea mio.
caigo súbitamente desde mis mayores miedos,
un ascensor averiado
la atención al público no abrirá sus puertas hasta nuevo aviso.
entonces ahora,
las manos aferrándose a las poleas, direccionando un velero hacia el ojo de la tormenta
la tracción a sangre
el ardor de todos estos años y la misma herida abierta que portaron mis ancestros.
planta baja,
subsuelo 1,
subsuelo 2,
motor quemado.
las estrellas como candelabros asfixiándose de humedad,
claridad, luz de vela
treinta y cinco grados centígrados
y una mesa larga ofreciendo copitas de insecticida servidas con el mayor de los cuidados.
los comensales desayunan lo que las esclavas rechazaron,
duermen bajo las camas desechas,
y ríen por lo bajo, procurando guardar discreción.
arriba el cielo,
ya carece de cobre
corriente alterna/corriente continua
dan lo mismo si ya no vemos nada,
si ya nada es nuestro.
¿arriba?
mi garganta inflamada de gritar en silencio.
abajo de mi cama, el cielo.
mis manos,
esclavas
alternan turnos para procurar que nada habite bajo mi espalda sin que yo lo sepa.
las copas van rompiéndose,
el edificio cierra por fumigación.
el ascensor no funciona,
mis manos,
heridas,
la sal ya no sirve de nada.
asfixia
darwinismo
hacinamiento.
nadie quiere cargar con las culpas de saberse derrotado,
nadie quiere cenar,
alguien rompió la mesa,
las estrellas hacen saltar la térmica
nadie quiere poner sus manos en el fuego
y nadie quiere morirse quemado.
¿arriba?
nada
¿abajo?
nada
respiraciones que acaparan todo mi aire
un pulmón desgarrándose
la sangre hirviendo, huyendo de lo que resta de mi nariz rota en mil pedazos
el piso siempre está un poco más frío que el resto,
las paredes se derriten,
la brea captura los zapatos y funde la piel para volverla parte de la tierra.
entonces, ahora
me aferro
a lo que nunca fue mio,
porque hoy me permito sentirlo propio
el impacto siempre duele menos
teniendo una lanza atravesada en el corazón,
la claustrofobia de estar vivo.
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