en ronda,
nodrizas cantan con las manos
canciones sobre dientes amarillos
de como muerden, con fuerza,
esas úlceras que recubren el cielo como nubes
y como la sangre estancada dibuja, en picada, caminos invisibles que dentro de millones de años
moscas incrédulas replicarán, sin saber que el final realmente solo significa el final.
la colección de alitas que decoran el cuello de quienes siguen entregando su corazón a la memoria de la luz pasada
zumba un poco solo cuando la fe parece desbordar los cuerpos.
el resto del tiempo,
aquel que transcurre cuando la carne no sufre de espasmos divinos,
pasa como siempre: desprendiéndose sobre sí mismo
cómo cáscaras de vertederos,
belleza anecdótica:
¿qué es florecer estando roto?
¿acaso la única estrategia es replegarme mientras todo lo demás me avasalla?
con los flancos inundados,
el único consuelo de la delicadeza es que (cree) significar la continuación del compromiso con la crueldad.
resulta una pena el desperdicio de ignorar la caricia como lenguaje.
los pelos se erizan como un pastizal descuidado
y el sol de mediodía quema de adentro hacia afuera
y no, ese no es el miedo
sino aceptar que la blandura no es sinónimo de quiebre.
más allá del refugio
la astucia no premia.
¿de qué sirve hablar en sombras si todo es indistinguible?
la retirada surge como la única respuesta lógica,
pero a pesar de eso, aun estoy esperando la señal para echarlo todo a perder
mientras bailo al ritmo invisible del colapso
hasta terminar de volverme obsoleto.
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