¡exclamen mi agonía!
oh, queridas arterias perforadas,
dejen tantear lo incierto de la libertad
a mi sangre,
hagan resonar su goteo,
su caída perpetua
sobre
recovecos de mi carne,
sepan que por allí está el alma
que han de liberar;
desfásense de su camino,
puesto que la tierra es suya ahora,
perdonen el cautiverio,
perdonen tantos cortes, tantas pequeñas partes suyas derramadas,
(irónico es, que sea mi vida la que cae
por cuencas de cemento ahora)
desencadenen el ánima, déjenla y déjense volar,
fluyan sin coágulo alguno
[aguarden el aire seco]
y exclamen por mí, los últimos instantes en cuestión de lo terrenal,
puesto que si mi agonía ha de ser en silencio,
¿para qué he vivido tantos años?
la cúspide de la vida se haya en gritar,
en sangrar la voz que nos queda
con los tendones vocales desgarrados
el último y mayor sentimiento conocido,
abracen mi dolor,
como yo con mi mano acaricio ahora, a mi vitalidad
escapando de su prisión de piel
y no teman, por favor,
si de un momento a otro, me hago silencio
(si nunca lo supieron, siempre lo fui)
me estoy cayendo a pedazos,
por favor les pido, no colapsen conmigo,
sigan el aire
que entra por mi herida y escápense de mi;
no deben, por favor, alborotarse
si el equilibrio nuestro se deshace,
ya que de ser así, sepan que me he venido cuesta abajo,
pero salgan de los pliegues antes míos,
(ya que no habrá nada más que hacer ahí)
y postrénse sobre aquel que llora a nuestro hombro;
dilúyanse con la sal más triste,
y salen mi herida
arderá la agonía que me hará sentir
el último nervio aterido,
y se oirá
el grito del sentir máximo,
el grito del dolor que es instantánea estela
en memorias adyacentes al cuerpo mío,
el grito que resquebrajará llantos en miradas
que jamás nos han visto
y luego, tras el frenesí
el silencio que todos hemos sido y habremos de ser, se hará presente
(puesto que la vida,
es solo ruido entre dos calmas diferenciales)
y por más que presionen mi pecho
ya todo es inútil
tras el ritual que inició el puñal,
así pues, solo retocen, oh, ustedes gotas rojizas
sobre las baldosas estremecidas de dolor,
el sol habrá de secarlas
y devolverlas a mi, cuando sea el momento,
sus prisiones arteriales
no serán más que comida de gusanos,
descomposición de la piel furtiva,
eternidad del alma
aniquilada
por puñal de casualidad funesta,
sangre hecha perpetuidad
por llovizna rojiza,
y gente resguardándose
del agua que llora el cielo
y tristeza
en todos los corazones rotos del mundo
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