lunes, 15 de febrero de 2016

Platos Sucios

Le caía la sangre sobre el piletón. Hilos rojos y espesos limpiaban la comida petrificada sobre los platos sucios.
Su estómago indómito contraía su abdomen entre gritos y la sangre le seguía cayendo.
Apenas se esbozaba su reflejo entre el agua pútrida, una gota deshacía su rostro por completo, pliegue a pliegue, rasgo a rasgo; Y luego, cuando se encontraba con su rostro fragmentado en pequeñas olas en la pileta de una cocina, desaparecía por completo. Ya no habían olas, ni sangre, ni platos sucios y su sonrisa parecía verse, aún cuando nada se veía. Pero aunque no le hubiese gustado admitirlo, el sabía que la sangre le seguía cayendo y sabía que su sonrisa se había ido.
Y sabía que el había vuelto también, cuando volvió a reflejarse en aquel espejo tan verdoso; No solo la intermitencia era desliz de la precariedad de su cocina; Fuera de los cristales empolvados que envolvían el concreto podrido donde su cuerpo buscaba refugio cada noche, el cielo se caía y el sol tras las nubes, solo brillaba para guiar cual faro, los pasos de aquellos que se ahogaban entre el cemento.
Le caían lágrimas sobre el piletón de tan solo pensar que el sol no brillaba para él, puesto que ya se había hundido hace tiempo atrás; Y pensaba también en lo alto que está su techo y jamás irrumpió una nube y llovió sobre él. Se dibujó una sonrisa y todo desapareció. La sangre seguía cayendo.

Movió su mirada por primera vez en cuarenta y siete gotas y su estómago era silencio; "Tal vez -pensaba- se devoró a si mismo, tal vez se alimentó de entrañas adyacentes, o tal vez ya no tenía hambre". Tal vez el hambriento órgano no estaba con él ya, pero si lo estaba, ambos desaparecieron. 
Y la sangre y el cielo, ambos, seguían cayendo.

Volvió su mirada a donde ya pertenecía, a su reflejo. Sonriendo, desapareciendo.
Jamás dijo palabra alguna y pues si algún vecino -si es que los tenía- había confeccionado la idea de que si, era solo sonido ilusorio; Puesto que el solo veía, porque aún veía los platos sucios y aún veía la sangre caer sobre ellos; La cerámica hervía y se deformaba.

La sangre seguía cayendo.

Las paredes que lo resguardaban, habían muerto hace tiempo; El cielo casi siempre acariciaba el altillo abandonado encima de su reflejo y casi siempre, caían escombros que se amontonaban junto a él, desnudando al techo.

Vio su reflejo una vez más antes de desaparecer.
Volvió a verse y comprendió que ya era eterno, la sangre se había detenido.

Y los platos sucios seguían ahí, tal vez solo uno ya no tenía comida sobre él, pero seguían ahí y él seguía ahí junto a su reflejo.
Ambos desaparecieron.

Y volvieron a verse, pero ahora él agarraba un mango marrón deteriorado y su reflejo se encontraba dibujado en un puñal.

La garganta dejó escapar toda su voz y luego la sangre, después de haberse posado sobre el borde del piletón. El era su propio verdugo.
Y lo último que vio fueron los platos limpios, retozando sobre agua rojiza podrida de vida.

Ahora pensaba en que iba a cenar mañana y su estómago gritaba.

Desaparecieron en intermitencia.

Y antes de que la luz pudiese volver, se quemó el foco.

Sonrió.

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