yo fondo:
el aire que me robo apenas un pie me acaricia,
es la vida que me falta,
la sal que no se vuelca, pero arde en el recuerdo:
esas heridas que invocaban
posesiones de la sangre más austera,
y la tristeza acongojándose bajo la norma
y los ahorcados desfilando con la culpa de haber intentado ser libres;
y yo
sombra:
no hay llamamiento, en mí
salvo la presencia que se desprende siempre de la piel tan llamada propia,
y la ausencia (amor de todos los amores míos)
que esta consigo acarrea;
inhabitantes del espacio propio
existen perfumados en tal ausencia,
manifestados en invocaciones (conjuros de complejidad variable)
mostrándose ante ojos incautos, como ciervos de revelaciones y visiones impropias,
y aún pues, sumidos en la tan llamada nada,
su ocupación hiere los confines de los espejos cuyo reflejo no existe:
asesinan mi contorno;
y yo
huida:
enardezco la fuga del sol sobre el sitio [horizonte]
donde me he visto casi toda mi vida;
ahora siento un poco más de frío sobre los peldaños
de la torre de la cual he caído más de una vez,
¿y mis pies? por supuesto, desnudos;
los preámbulos divagan entre la formalidad y la precisión
y solo queda aquella forma, que a contraluz
sombrea el esbozo de un poema,
[casi siento la tempestad pisoteandome el pecho]
y la imposibilidad de que aquel poema sea leído,
pues sé que sus palabras han muerto al posarse sobre ellas mi mirada,
ya no existe un sentimiento en él
[en mi];
y yo
abnegación:
escucho una voz que dice: vámonos
¿pero a dónde ir, pues, si no hay donde?
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