me prolongaba
en un tacto que no era mío,
ni de nadie.
despertaba enumerando:
mis dos ojos, mi sombra:
no me habitaba más nada.
luego, me extendía
hacia un viento agrio
que mecía la cortina de mi memoria.
algo siempre me devolvía al viento,
mi mirada entorpecida, estaba
y mis manos no sentían (ni sienten) el aire tanto
como para
ver.
entonces, mi sombra:
no me habitaba más nada.
la tierra se levantaba,
cada puñado era daga
ardor/ard/orar/dor,
la sangre coagulaba cada veintitrés pasos
porque entonces yo caminaba
¿y a donde iba, acaso?
las cicatrices eran mi piel desnuda,
puesto mi entereza era herida
y dolía, por supuesto que dolía
pero, reitero, entonces yo caminaba
puesto aquellos eran mis sueños, doliendo.
me despertaba ahogado de pavor, empapado de miedo,
y bañado de noche.
no me atrevía a despertar a los murciélagos en mi persiana,
-me iban a perseguir con una escoba por toda la casa, de seguro-
inmóvil.
no veía, ni me proyectaba
entonces, nada:
no me habitaba más nada.
y era libre.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario