mientras me laten las vísceras,
mis manos estrangulan pequeños cuellos de papel
antes de abrazar mi abdómen dañado
hambriento
y helado.
-me voy a olvidar de pagar el gas por tercer invierno consecutivo-
mi frente se hunde en mis rodillas,
que atesoran todas las veces que caí rendido ante la idea
de que ya no llamará nadie,
de que ya no vendrá nadie.
de que mi corazón se comporta como un hospital abandonado,
con las camas a la altura del mentón,
así los enfermos pueden hallarse mas cerca del cielo.
un cielo con un jesús manifestado en una mancha de humedad y un grafiti de un nombre mal escrito
-un intento para preservarse como algo más que un instante que no vale tanto-
un cielo cuyas maderas podridas y sedimentos erosionados
ceden ante la imposibilidad de seguir sosteniendo esa mentira.
las rodillas de dios tienen marcas de cuando cayó rendido
ante la idea de verdaderamente no poder otorgarle un cielo a un enfermo crítico.
un enfermo que muere, sin haber sido confesado
cuando el cielo se le cae en el rostro.
y digo, entonces.
si arreglase mi voz e interpretase el mas sentido de los pedidos de auxilio,
no lo escucharía nadie.
-no le importa a nadie-
y es en este punto donde se marchita todo aquello que está por venir,
donde el suelo, sin brillo,
se hunde en la exacta serie de pasos que doy durante el día,
donde el resto es accesorio.
esto se traduce así:
de la cama al baño,
del baño a la cama.
la silueta de mi colchón va cayendo hasta rozar el techo del piso de abajo.
de la cama a la cocina.
hay un par de huellas mas profundas que las otras
donde me quedo viendo la ventana que da a la calle
donde hay sol y la gente camina
y donde esa gente que camina ve el sol y pone su mano en su mirada mientras rie
y yo pongo mis manos en mis ojos
y me quiebro.
de la cocina a la sala de estar.
hay una pared marcada de tanto que la veo
esperando pulverizarla
o que solamente pase algo.
de la sala de estar a la cama.
el techo se burla de que no duermo hace dias,
mi almohada obtuvo una orden de restricción.
la ventana jamás cerró bien,
sé que me voy a despertar enfermo
y me da lo mismo.
donde la bañera es mi cama,
donde mi cama es un basural
y donde el espacio bajo ese basural, está reservado para que nadie me vea coserme los párpados con la cera hirviendo de la última vela que me queda por no pagar la luz.
fui tejiendo cuentas vencidas para abrigarme de mis faltas.
y no sé pedir perdón
sin cometer los mismos errores nuevamente.
aunque si sé como va a terminar esto:
la muerte me tapa la boca,
dos tumbas con mi mismo nombre
reclaman la presencia
de una familia que llore por alguna de los dos.
el último refugio de los mediocres,
en singular,
en este caso.
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