un manojo de pelos se enreda alrededor de las paredes de mi garganta
enhebrando la aureola que porta el ángel
que apoya sus pies en los manantiales de mi estómago
sin miedo a quemarse.
el pecho se comprime de a intermitencias,
la colección de dolor se expande
y la desesperación nace
al saber que el aire está ahí
y no puedo tocarlo.
quiero sentirme indestructible,
desvestir la fragilidad,
volverla intrépida
e ignorar el día
en el que la tibieza en las hendiduras de la cerámica
reclame las manos de alguien
y que no sean las mías.
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