viajará mi voz,
un poco mas allá de lo que puedas escuchar;
en un perpetuo eco quedará,
que reverberará en tu pared,
y se escapará por tu ventana;
para que pueda ser escuchada,
por alguien más;
y mis manos, temblorosas;
guardan en ellas,
una hoja en blanco y un lápiz negro,
porque intentaron dibujarte;
pero no pudieron recordar tu rostro,
y mis ojos, cansados;
guardan celosamente,
una escena que quedará por siempre grabada en ellos;
veían aquellas cortinas rojas que escondían,
una ventana rota;
mientras en su tela, guardaban suavemente los soplos que advertían que el viento quería hacerse presente,
enfriándose;
como el té, que horas antes estaba caliente,
y para ese entonces era solo un charco frío,
besando el suelo;
y tus ojos,
que ya habían sido despojados de mirada alguna;
apoyándote,
en las rejas de un balcón,
que impedía que mires la calle mas de cerca;
cerca tal vez, lejos por siempre no;
lejano,
lejanía;
lejana, te veías,
siempre, ya;
tu instinto nublaba tu pensar;
mi voz viajó,
y se estrelló en los oídos,
de alguien que la quería escuchar;
el eco se había ido,
pero volví,
y nació;
mis manos temblorosas,
aun no te pueden dibujar,
porque aunque te vea,
no puedo recordar tu rostro,
y aunque te dibujara, no tendrías ojos,
ya no veo ninguna mirada,
ya no veo a nadie ahí,
y la hoja permanecerá en blanco;
destiñéndose,
junto al lápiz, cuya mina, desaparecerá;
tu instinto,
siempre nubla tu pensar;
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