la vida por la cual late;
en aquel cuerpo del cual la sangre,
ansía huir;
pronto caerá la diurna,
y sobre el ocaso,
palpitará la vida;
ostentando segura, la certeza que tendrá de si misma;
pecando de vanidad,
profesando su canto eterno;
que reverberará,
casi tanto como una tempestad,
cada vez mas cerca del horizonte;
desmoronándose el cielo, lentamente,
ante el temor de mil ojos,
sollozará la tierra por el perecer de la atmósfera,
aullarán quinientos cuerpos,
la agonía, que aquella fatua vida, les trajo,
lloverá la sangre, pura de inocencia;
y el corazón deconstruirá su canto,
su vivir,
ya único, atestado en arrogancia,
ultimará al horizonte,
tropezando así,
el ocaso del cielo;
desvaneciéndose,
sobre el pecho que resguarda al latir;
helada la piel,
transformada en noche y cubierta de sangre,
harán aminorar,
la marcha de aquella vida;
volviendo al canto del latir,
un susurro,
así, habiéndose hecha presente la noche eterna,
retozando sobre la inocencia de sus iguales,
ya restos de una vida,
el cuerpo habrá de descansar;
el corazón susurrará a su oído su último canto;
y ambos, en esta noche eterna, dormirán;
así, delatará el cuerpo,
la vida, ya extinta, por el cual el corazón,
alguna vez latió;
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