rechinan los dientes
dentro de un cuerpo rígido,
se nutre la penumbra
de los latidos, que al corazón le roba
en el silencio del intervalo de los mismos;
ni un pellizco de un tórrido sol
avivará la voz,
que acallada bajo la estela
de un temor [aún arraigado a su piel]
de su garganta ha huido
palabra a palabra,
desvaneciéndose
como grito,
cual adiós;
la piel enhebra impedimentos
para no dejar solos a los huesos rotos,
que ha de recubrir
con su tersura,
mientras la espina, prometiéndole un pétalo,
invita a la sangre a caer
como relámpagos crujiendo
el cielo negro, mientras aguardan por la lluvia,
[llanto truculento]
que cae desde el iris más claro
repiqueteando sobre la piel,
por la cual la sangre escapa
con un pedazo de ilusión
y cien promesas vacías;
desblandándose por la sed, el cuerpo,
va cayéndose a pedazos,
por la espina que jamás trajo su flor;
a la muerte, su engaño
la rosa,
devora al corazón
y la penumbra abrazará al jardín
que arropará los restos del ingenuo
[aquella piel, aquella voz, aquella sangre]
entre raíces y olvidos,
bajo tierra reseca,
que cuna del musgo, será el vestigio
de pasos ilusos,
y agónicas lágrimas
que al pasto besaron por última vez;
haciendo de la sal,
brotar, en el campo donde reinan las sombras que decorarán mi muerte
una rosa,
hambrienta de vida
que cautivará mi sangre
y detendrá mi corazón
Escrito con Felix
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