hay un vidrio roto en mi habitación,
yo no lo rompí;
se rompió a si mismo,
para verse reflejado en sus propios cristales,
para así,
dejar nacer al eco en forma de imagen;
repetición constante,
casi eternidad;
perpetuo,
como perpetuas son las gotas,
que conciben al goteo,
que casi incesante,
marchará sobre el agua,
alojada en un viejo balde,
hasta inundar;
manos quitarán ese balde,
pero las gotas, no cesarán de gotear,
lo harán,
a la par que el sol se hace con un brillo más incandescente,
quemándolas;
dejaran de caer, temerosas,
una tras la otra,
pocas son las valientes ante una tan previsible muerte;
y aquellas,
seguirán cayendo,
hasta comenzar a marchitarse,
y a secarse, con el tiempo;
pronto no serán,
nada más que un pedazo de concreto,
que ante ciegos ojos,
concreto será;
concreto que lleva la sangre de esta tierra,
esta tierra;
tuya, esta tierra,
germina ya ella,
hecha tus raíces, y crece,
añora algo,
un avión;
un pájaro, o una nube,
añora este cielo;
sea savia ahora tu sangre,
sean hojas ahora tu pelo,
sea cielo,
ahora, aquel pedazo de vidrio quebrajado,
que me regala mi reflejo,
aún muerto y sin pedir nada a cambio;
dejando mi rostro,
solo,
vacío, con un reflejo de él,
pero que no se refleja en si mismo,
espejo roto,
perdiendo la ambivalencia de su reverberación;
algo similar al verse desde otro cuerpo,
aún siendo uno mismo;
dejando una interrogante,
que duda tras duda,
muta, en otra capa de mi ser,
con la opción de contestarla,
o dejarla crecer,
hasta llegar a la incertidumbre;
contéstame,
conviérteme en una respuesta,
en algo que sé,
o en algo que tal vez no sepa;
en algo que vaya más allá de mi,
de mis ideas,
de mis pensamientos,
de mis alegrías y mis lamentos,
solo que vaya más allá;
y que se aleje,
dejando un silencio;
escuchalo,
escucha como aturde la afonía del ruido,
tal vez no te des cuenta,
pero si lo haces,
notarás que está lleno de palabras no dichas;
que se encuentran hambrientas,
por ser habladas,
y que en otro ser,
como en un espejo,
se vean reflejadas;
hambrientas de causar algo,
alegría,
dolor,
pena,
tristeza,
duda,
jolgorio,
orgullo,
miedo,
enojo;
hambrientas de una sensación,
que las alimente,
callándolas;
hasta que el silencio, de nuevo, se vuelva inconsistente,
y tengan que volver a romperlo,
con otra palabra más;
roto,
roto como este espejo,
que ya es solo vidrio;
que ya está muerto, como la alegría de miles de juguetes sin niños,
que ya está muerto, como el brillo de una vela cuando dos dedos se posan sobre su mecha,
que ya está muerto, como yo,
como vos,
como todos acá;
todos somos el vidrio,
ansiando ver nuestro reflejo,
aún si para eso, debemos fallecer;
todos padecimos,
todos volveremos a padecer,
hemos muerto,
morimos,
y moriremos cada día,
hasta que esta vida que tenemos,
conozca su gris comienzo;
bajo tierra,
nuestra tierra,
tuya, esta tierra,
mía, este tierra,
de nosotros, es nuestra;
germinaremos;
alcanzaremos al avión,
al pájaro, a la nube y al cielo,
y lo traeremos a la tierra,
para quedárnoslo;
y para que luego de que salga el sol,
este se esconda, bajo una nube gigante,
que la lluvia precederá;
inundando las calles,
creciendo los ríos,
destrozando hogares;
para por fin terminar de llenar este balde,
y que las gotas cesen por fin;
y que vuelvan a caer,
en otro lugar,
y de otro lugar;
gotas,
de mi;
gotas de mi sangre,
se encuentran,
en aquel vidrio que estaba en mi habitación,
yo no la sangré;
se sangró a si misma,
para ver su caída, y verse quieta por fin;
deslizándose sobre un pedazo de vidrio,
el cual mi piel con frío,
usa para abrigarse;
para ver como choca ella misma contra el piso,
como se marchita,
y como se seca;
y como de ella, los demás verán solo concreto,
cargando en su marca,
mi vida,
mi ser,
mi alma,
no así mi cuerpo, que ya solo será piel para ese entonces;
piel que estará arropada en el frío cobijo,
que le brindará un aún mas viejo edredón,
en mi cama,
a punto de comenzar,
su vida para siempre;
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