se suscitaban angustias
en bosquejos inmóviles de sombras poco definidas,
ahuyentaban tormentas de mi,
y aquella figuración de un cielo desvaneciéndose sobre mi llanto,
que se eternizaba sobre improntas de un suelo naciente,
hervía la poca sangre que me hacía latir;
era ímpetu abnegado (un absurdo)
emergía de todo espacio habido,
y aún a pesar de despertar por las mañanas sabiendo que no era luz
(y que probablemente, jamás me encendiese)
reía,
reía en llantos con la inocencia de mil rosas marchitas,
con las espinas incrustadas en lo más profundo de mi abdomen,
y con un dolor inmenso en una conciencia indiferente
que cargaba cual cruz sobra mi espalda;
ennegrecían mi rabia, mis comisuras sangrantes:
si yo era una escoria forjada a barro y lágrimas
¿que era la sangre sino castigo para mi forma precaria?
me veía recluído al vacío de jaulas de carne podrida,
mientras vástagos de árboles muertos se avasallaban sobre la inocencia
de las rosas de mi cuerpo,
era solo espera,
la rosa quemaba la angustia que no me angustiaba
solo por el hecho de estar padeciendo continuamente,
no bojaba el miedo sobre mi piel resquebrajada en máculas negras y violetas,
bojaba el deseo de un final apasionante,
(he ahí el absurdo de mi ímpetu abnegado)
incendiarme,
ver quemándose la madera negra y arder mis pétalos
ver la implosión en mil nortes de este cielo inútil
y despertarme, de una vez por todas,
siendo luz
y rodearme, de todas las tormentas de las que se me privó
alguna vez
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