miércoles, 20 de marzo de 2019

colección vhs de todas las peleas de boxeo amateur que terminaron por knockout técnico

I

camino por los cincuenta y ocho metros cuadrados de mi casa,
   decidido a encontrar un lugar que aun no haya sido descubierto.

me quito mis rodillas para no ofrecer mis reverencias a nadie,

               grito de dolor para saber que aún estoy vivo.

no hago comentarios sobre la desilusión, puesto no tengo nada que decir.

afuera hace un lindo día,
      bien podría aprovecharlo.

me ahogo con la almohada.

         sueño con un lugar que es mío.

II

dentro de mi casa están anunciados bancos de niebla y una alta probabilidad de lluvia,

  se recomienda precaución por la escasa visibilidad,    
       también se informa de una congestión de por los menos cuarenta minutos.

en mi tiempo libre
desenrosco las pantallas de las luces,
      quemo mis ojos por la desnudez de los filamentos, pido disculpas

mientras tiro a la basura un genocidio de insectos guiados por la ambición.

hay aire de muerte.
    
ahí está de nuevo, 
      la falla en la conquista.

el disyuntor y su mal funcionamiento,

          otra vez cayó la noche y yo no me di cuenta.      

III

confecciono la parte inferior de un pijama
   con los diarios que evitaban que mi techo no se hundiese

 en mis caderas, 
sobrepeso

un tiroteo que dejó decenas de muertos y nadie que pague el funeral,
  una crónica de la enfermedad terminal de alguien que es más famoso que yo,
una destitución presidencial

  y la tinta escurriéndose por mis piernas, manchando mis sábanas
 como cuando era chico.

IV

si mi pecho 
      fuese
      tablero de distribución y comando,

setearía mis emociones por default,
     exhibiría mi corazón como colección de paranoia y óxido

  y sentaría las bases para una frecuencia cardíaca de cincuenta y nueve pulsaciones por minuto.

si mi pecho
   no fuese 
    de músculo, distancia y hueso,

un hueco

allá, 
 más allá de mi nombre
   donde se esconde la ceguera de la ficción,

   el dolor de una arteria tapada de veneno no penetraría tanto,
 y la reiteración de todos nuestros nombres     

no harían eco solo en mi memoria.

V

semanalmente riego un cactus que tiene jeringas descartables usadas por espinas 
  
 puesto que en el desierto no hay políticas de salud pública,
y en mi casa, menos.  

tengo las manos de látex,
   un barbijo descosido escondiendo mis labios resecos

 y una sala esterilizada donde me siento a contemplar todo lo que salió mal estos últimos años.

veo como brota la primera flor,
          el primer sol de la mañana la ilumina

 se abren siete colillas de cigarrillos mentolados 
        todos endulzados por un carmín negro 

que no sé diferenciar bien si se trata de labial o de ceniza. 

las jeringas lloran sangre sin coagular,
    la tristeza de mis manos contaminadas toca mi cara.

las infecciones se preparan para hacerle frente a un sistema inmune que no opone resistencia
    
el desierto se impone en la ciudad,
         gentrificación blitzkrieg.

desde las grietas de la tierra puedo ver el núcleo del mundo,
    ¿y?

VI

vendedores ambulantes de terapias de contestadores automáticos,

   las condolencias del año 2000 son predeterminadas,
ya todos han perdido todo.

VII
     
copitas de cuello alto quiebran el silencio de la noche desde lo alto de un piso veinte,
   las alarmas de los autos le aúllan a una luna de sodio artificial.

hay una luz de uno de los departamentos del edificio de enfrente que no se apaga desde hace una semana.

        cuarentena: una substitución de los trabajos más privilegiados.

digresión narrativa mediocre,
               sepan disculpar

es que afuera hay un bebé llorando por primera vez, 
     y amenaza a sus vecinos con seguir haciéndolo.

no hay demandas, 
    no hay rehenes

 solo un puñado de gente mirando desde sus balcones como la calle comienza a agrietarse,
a gritarse,
    o como sea.

VIII

las miradas fijan su punto de fuga lejos del horizonte
     las caras desfiguradas desfilan al pie de la misericordia.

pppppp: dormirse sobre el teclado o pedir perdón para poder pedir perdón.

no hay absolución para los acusados,
       pero no hay por qué negarse al dolor

 no hay respuesta
   a la desesperación

que baja por mis brazos de porcelana, 
  oscureciendo mis venas como ríos en la noche

    la necrosis como última esperanza.

el frío ya no duele,
         bajo mi cama nadie puede alcanzarme.

IX

velamos al prerrafaelismo sepultado bajo un albergue transitorio,

 adoramos rostros rococó contemporáneos.
    la nostalgia se alza sobre nos. como la meca del consumo estético,

presenciamos el fusilamiento del deseo por parte de la imagen

          mientras compramos alimentos sellados herméticamente para la cena,
nos vendamos los ojos para dar gracias

     pagamos el neón bajo consumo en cuotas.

buscamos en lo superficial sinónimos de algo profundo y que tenga sentido,
   como hace este poema.

X   

 armamos esquemas artificiales para que nos ayuden a comprender el diálogo corporal de los otros
de los nuestros,
    de nosotros.

"¿qué es este calor que me inflama la punta de los dedos?"

    "¿por qué mi pecho está agazapado en el rincón de mi habitación?"

maniquíes modelos 
  me dan una charla introductoria que no termino de entender y que por lo tanto no me sirve de nada .
  
"¿por qué mi voz se gasta por gritar tanto?"

  el fracaso en la diagramación semiótica,
         la imposibilidad de comunicarnos todo,

 las esperanzas que depositamos en el signo lingüístico, malgastadas.

XI

se agrupan,
  se rehúsan,
     se resignan. 

aprenden del confort en la distancia,
   actúan como desconocidos en líneas de teléfono saturadas por el fin de año,  

      y cuentan las cenizas entre la nieve de un invierno nuclear antes del fin del mundo.
  
  imitan las escenas menos memorables de sus películas favoritas,
se escriben por salas de chat en las que ya no hay nadie

y apuntan con sus dedos, 
    gatillando las estrellas que menos brillan.

se ríen, 
  se recuerdan,
     se escuchan entre urbanismos.

duermen sobre el sepulcro de un aire que ya respiraron,
         despiertan sobre lo poco que dejó un incendio.

no dicen nada,
    se sonríen.

  predicen el fin de los tiempos.

se dicen adiós,
  y se desean buena suerte.

lunes, 18 de marzo de 2019

las consecuencias de una exposición prolongada a la sensibilidad que llevamos dentro

I

interrogatorio matutino
  las manos rasguñadas de nuevo por los malos sueños,

el rostro por debajo del nivel del mar.

afuera, 
   un malestar colectivo
adentro,
  una molestia unipersonal.

acechan las ansías por ambas partes de interrumpir la presente mañana y considerar nuevas alternativas.

no hay política de bienestar que sepa ahuyentar el bajo instinto de quebrarse la cabeza contra la pared,
  recoger los pequeños huesos desparramados con pincitas de depilar

    y comenzar el día.

II

recuerdo el té
 servido en bandejitas de plata

los sorbos por pura cortesía y el calor esfumándose.

los silencios que solo traían dolor mientras más se prolongaban.

la noche caía sobre nuestras espaldas 
   y era nuestro deber cargar a cuestas con ella.

dibujábamos siluetas en los árboles petrificados cuando todos dormían.

estábamos en el techo del mundo
     y solo sabíamos mirar hacia abajo.

III

poema mal pegado: "v"

IV

preparo las barricadas para cuando caiga el período de hambruna
   y tenga que raspar los platos con los incisivos buscando las migajas que guarde para el invierno.

neo-paroxismo de histeria colectiva.

restos de ciudades fantasmas 
   sin cementerio que los contengan.

catálogos de electrodomésticos fuera de circulación asientan la piedra angular
  de hogares transitorios.

localidades agotadas.

no hay consideración por el mañana.

V

romances sintéticos,
    contra-erotismo autómata, 

   recreación constante de la idea de lo que creemos fue sentir alguna vez.

labios sin sangre besan pómulos helados
   los ojos no parpadean ante la revelación de un corazón verdadero

 válvulas a presión, arterias de plástico refinado.

lo conmovedor de una línea de ensamblaje. 

VI

un verano en el galpón a más de cuarenta grados centígrados,
                la humedad respirándome de lleno en la cara

las ratas hirviendo en el termotanque 
          que oficia de olla a presión,

     mientras afuera ocurren cien incendios forestales en simultáneo.

corte total de agua.

  las gargantas desgarran sus cuerdas vocales tratando de regurgitar su saliva.

ya no me quedan palabras para disponer en un orden espacio-temporal,   
                   el recuerdo de que la adversidad siempre triunfa.

VII

mi testamento narrado en loop por el altoparlante de un supermercado
         cuyos anaqueles y góndolas están siendo masacrados por una multitud incesable.

  las filas son interminables, 
      las puertas automáticas decapitan a los incautos.

participan automáticamente por mi ataúd aquellas compras que superen los mil pesos.

saqueos masivos, 
 estado de sitio declarado
  disturbios en la sala velatoria puesto nadie reclama mi cuerpo.

el alumbrado público se apaga por fusibles quemados,

    luto involuntario,
       la ciudad muere en silencio.

avanzar con precaución: entrada y salida de camiones a cincuenta metros


junto a mi pecho, llevo siempre conmigo una estampita de edward hopper,
  summertime interior. 1909.

     reclusión por voluntad propia,

las sábanas como única protección ante la mugre que dejé en el suelo,
   mi pie con una quemadura de tercer grado por tocar el sol entrando por la ventana

mi cabeza escondiéndose de vergüenza

y la ducha que está perdiendo (otra vez.)

   le doy la espalda a la puerta,
me veo en el espejo.

arriba de mi rostro,
 un cuervo hace su nido entre el cielo raso y los hongos de humedad

no hacemos contacto visual, 
   somos indiferentes ante la presencia del otro

mutualismos de segregación, 
       concubinatos de desinterés.

ayer,
se me cortó la luz justo antes de terminar la que iba a ser la próxima gran novela latinoamericana, 

 ahora solo tengo que conformarme con una serie de poemas mediocres que nadie va a leer, pero que grito en cada callejón deshabitado que encuentro a modo de consuelo.

 ahora estoy lejos,
  y aunque sé caminar para volver

 no estoy seguro de poder hacerlo.

sé caminar también, hacia donde nunca pasa nada.

 pero tampoco estoy seguro de poder hacerlo.

porque después de nosotros,
         no sé que quedará.

        habitaciones de aire fino, 
que contienen respiraciones ajenas

dejan entrever un aire helado que recorre los hematomas de mis brazos, 
    el estrés en mis nervios

la promesa fallida de un mañana mejor.
  
              desvío a cuatrocientos metros
dormir con el auto atravesado en la banquina

 airbags de nylon; contaminación inminente.

los ojos hirviendo,
   la alarma de incendios despertando a mis vecinos

la extinción del uso del sistema de monitoreo para reforzar la seguridad del edificio.

aves nocturnas se posan en la barra de un café abierto las veinticuatro horas,
  
los nidos huecos
  las ramas secas incitan las hogueras,
    la culminación de todo lo que supimos tener.     

ensamblaje de las piezas que fueron desechadas, 
    el reciclaje de los espíritus.  
  
        cavar una fosa y enterrarse//

    mis pies acarician las lluvias refugiadas en la tierra hace mas de dos meses,

me cuesta tanto 
 adueñarme de mi propia voz.          




¿qué siguen haciendo acá?

     el poema ya terminó.


domingo, 17 de marzo de 2019

usar la maniobra de heimlich en caso de atragantarse con una polilla

las noches llevan sus uñas enterradas en las gargantas
de los caminantes de los techos, 

esparcen el miedo 
     entre estas sábanas rotas.

sentir el terror en primera persona
    mientras la lluvia repiquetea en el techo de chapa,

el eco de esta habitación me llama,
pero no es mío.

 la cobardía ante la derrota,

el horno 
y la puerta que no cierra,

el envenenamiento por monóxido de carbono se disfraza de acidez.

mi pecho trata de decirme algo, 
        pero no le presto importancia
   
un foco de bajo consumo explota sobre mi frente
delatando mi escondite, 

 mientras los pasos se agigantan entre las sombras

y yo cada vez me vuelvo más pequeño.

la desilusión que hay en intentar prolongar el fatalismo
   el abandono de persona como contraindicación de la indiferencia.

las tragedias apiladas en trilogías 

los beneficios que jamás superan a los riesgos.

ese rechazo,

la constancia    
  de sentarme en la cama por horas
    descomponiendo mi día, 

 lapidando la felicidad. 

cerrar la persiana dejando mis brazos afuera, 
   no oír la pelea que tiene lugar en el edificio de enfrente

 abrazar la almohada,
    darle la espalda a mi retrato

  no evacuar el edificio en caso de incendio,

no oficiar de testigo tres pisos mas arriba en una escena del crimen,
    no responder a números desconocidos que llaman a mi celular

tragar colillas de hace una semana atrás,
 escupir cemento

y erigir pilares donde nadie pueda encontrarme.


   vomitar la angustia,
      no ver la luz del sol,

       volverme a equivocar
               
 y que ya no me importe.

jueves, 14 de marzo de 2019

fallo por el incumplimiento de las resoluciones de año nuevo de la última década

tocar el techo antes de que caiga sobre nuestra cabeza
     colgarse de alguna de las tantas cuotas de la luz sin pagar 

  y arrojarse hacia un vacío incierto

para revivir una infancia glitcheada en ratio 4:3 
                      cintas destruidas de olvido.

la capitalización de recuerdos, lineas de ensamble de pose y destrucción
    fabricación en serie de traumas que repercutirán en el desarrollo de la adolescencia y adultez.

de tener a algún ser querido que realmente les importe, ahorcar el dedo gordo del pie con un segundo intento,
   si falla de nuevo,
bajar
gritar el odio bajo el agua del inodoro, tirar la cadena, no limpiarse la cara.

subirse a un escenario
    y rechazar el slam por sobre todas las cosas,

 recordando que intentar criticar poéticamente y performáticamente un listado de cosas cotidianas
no nos hace ni críticos, ni poetas, ni performers

mejor usar el micrófono de rifle, abrir la boca para disparar

poesía monologuista de corte neo-noir, wannabe
       esa que ls intelectualoides aman,

esa que reverbera solo en los rincones de un cuchitril de mala muerte y rebota
 en pocillos de café sobre dos mesas vacías en cuyos bordes resuenan labios débiles
tartamudeantes

que replican la primera vez que leí en voz alta.

no, por favor, muchas gracias.

la falta de aplausos es una marca de autor.

mis memorias recopiladas en una antología sms, un capricho

 lectura polifónica
y módems dial-up
 que gritan interferencias a mi oído

diálogos de telenovelas olvidadas como tono de espera

recepción clausurada,
 no hay reembolso que permita disfrutar la estadía de ninguna parte.

la imposibilidad de ofrecer mi corazón on-line / desconexióninminente
  
  darme cuenta que
  no puedo ofrecerme a otros mientras me están arrancando los ojos

que no puedo ver televisión
mientras a mis manos dormidas les están clavando agujas para reanimar el pulso.

temblando,
demasiado 
frío

 como, 
 ruido blanco
  disfrazado como una horda de gusanos comiéndome desde adentro

  escupiendo con desidia aquello que no puedo soportar.

la divinidad,
 pudriéndose

las moscas de la fruta me acechan constantemente
   formando una aureola negra y húmeda cada vez que me quedo quieto.

el éxodo de los caserones antiguos
  la basura amontonándose entre las grietas de las veredas
    mi boca atiborrándose de palabrerío absurdo.

 los árboles que extienden sus raíces al cielo intentando respirar
ese aire que huele a quirófano

   suturación manual de los ojos contra mi voluntad,

un manual de cirugía moderna para la separación de residuos.

 la trituración de mis dedos para olvidar del dolor que significa el tacto
  el piletón ahogándose de mugre y agonía

el agua contaminada que quema bajo las uñas, ahí donde no puedo rasgar

 donde no puedo aferrarme para evitar volver a ver caer
mis lágrimas,
rotuladas con discreción

burocratizar la miseria para mejores resultados
   
 la eterna búsqueda de la eficiencia,
los call-centers como iglesia del último milenio.

túnicas negras
  de impronta velatoria

  la exhibición de los maniquíes más hermosos. 

la cera más fina que incendia el depósito más escondido de la ciudad,
el sacrificio de las tradiciones más sagradas.

 -tecnócratas pregonan el advenimiento de una época más sencilla-

cyberia, la meca del principio del siglo xxi

 la recolección funesta de nuestros mayores fracasos
nos. la comparsa líder de un desfile donde portamos el orgullo de haber tomado decisiones que nos arrastraron a este presente.

la celebración de un futuro condenado al declive.

evitamos mirar el cielo para no sentir el peso de los demás sobre nuestras cabezas,
 la mandíbula enterrada en la mugre de nuestra bañera

el cultivo de hongos para propósitos aún desconocidos.

afuera, un árbol está floreciendo por primera vez.
   adentro, nuestros sueños desaparecen en el fade-out de una canción que repetimos hasta el hartazgo.

 la delicadeza de seguir en pie.

el tratamiento por electroshock, las aspiraciones de alta tensión
     y el mantel mal puesto sobre una mesa con un plato a medio comer.

la comunicación entre el desastre
   el desagüe, las cañerías contaminando mares, 
   las gargantas de los abatidos.

perdurar, 
como última línea de defensa ante la poesía maldita, la infancia interrumpida, el presente malogrado

  y los presagios de una vida extinguiéndose lentamente como llama,

esperamos respirar sea lo que termine por mantener los fuegos vivos
            el tiempo suficiente hasta que podamos encontrar otra solución    

    

miércoles, 13 de marzo de 2019

treinta y cinco horas en cama

cuando fui niño, 
  me quede solo en casa mientras dormía.

 yo solo reconocía las infancias de la noche
   
   comer entre velas de cera colorida
 y dormir entre sábanas negras que apretaban mi cuello.

ese día
el viento quebró un árbol que cayó muerto junto a mi almohada.

 quebró mi sueño.

lloré, velando los nombres que forjé por decenas de noches

 pero todo estaba oscuro
 y mi voz no podía advertir que nadie la escuchaba.

vi a la madrugada frente a frente

 conocí la inmensidad,
  al mismo tiempo que definí mi pequeñez

quise tragar el miedo, pero solo aprendí a vomitarlo y a ocultarlo bajo una alfombra vieja

 pulverizando lavandas artificiales encima para que nadie pudiera enterarse.

era todo frío,
 a pesar de que el invierno no había llegado.

las camas de mármol esperaban por la sepulturera para recibir las buenas noches 
  de una vez por todas.

recuerdo dormir ante la puerta como perro asustado, 
  contando las luces en el cielo, poniendoles nombres, para no caer ante lo que me rodeaba.

abrazaba la primera luz del día como un milagro,
  comenzaba a percibir lo verde de mi patio

el viento comenzaba a detenerse.

 hoy, en cambio
la mañana comienza a nacer a mis espaldas

 ante mi falta de interés.

a lo largo de los años, comprendí que las mañanas no suenan como música de los años cincuenta.

las mañanas se traducen en la dificultad de nadar a contramarea.

 quedarse en el mismo lugar
por las noches, 
  abrazarse de nostalgia por futuros que hemos perdido

y que jamás íbamos a tener, de todas formas.

soñando vendar la televisión de tubo, 
   para así apuñalar al tomacorriente

 recordando el dolor de dormir a oscuras por primera vez.

hoy espero que una tormenta caiga sobre mi, 
como todos los días.

para refugiarme bajo mi cama,

porque hoy tal como ayer, no hay nadie conmigo
 nadie que escuche mi voz, nadie que recuerde los nombres que grito para que no sean olvidados.

la imprudencia de soñar en blanco y negro
  
 sin personajes, sin uno mismo, sin locaciones o sensaciones.

 solo una señal y un pitido monotonal que manda electricidad a mis terminaciones nerviosas de tanto en tanto
para recordarme a mi mismo que sigo vivo.

las distancias entre la niebla nos privan de la luz,

¿como aprender a respirar entre la tristeza?

¿como terminar todo si no es con una pregunta?

jueves, 7 de marzo de 2019

métodos instantáneos de contraespionaje

I

caída libre 

es contraer los tendones de los pies,
  descarga a tierra

colibríes picoteando mi pecho desde adentro.

en mis venas encuentro 
  los nombres por los que jamás me llamaron,

nunca tuve tanto temor  

al
desahucio.
   
  el pago del alquiler
 el sacrificio de la moral.

verme patologizando lo que se me fue arrebatado como pasatiempo de domingo.

II

quitarme las ataduras solo para dormir,
  mi mejilla lijando el cielo raso. 

silbo aire húmedo entre las sombras de la primera hora de la mañana

 por la madrugada todo será indistinto.


III

    llueven macetas por entre las veredas abiertas al vacío
la tierra es infértil

 derrocando paulatinamente la idea de la permanencia.

IV

el cristal mis manos 
   mis huellas entre el viento  
   
se erosionan para que nadie siga mi camino

la advertencia
 de saberse 
  lejos.

V

no quedan souvenirs para el personal de limpieza, 
  la salida es por la puerta de emergencia.

la rima solo ocurre en casos de simulacro.

estatuas vivas con los pies fundidos al piso, 
  
  el reflujo ácido que sube por las gargantas alistándose para la próxima ejecución.

VI

incisivos 
 perforan 

el hueco entre las alas de la enfermedad, 
  el cielo un poco más cerca

   la idea de la divinidad siempre da gracia.

VII

todas las buenas intenciones del mundo no brindan consuelo suficiente, 

VIII

incendiar 
  iconos 
   
 de mi infancia, solo la mirada hacia abajo.

  intrusos entre las inmóviles
 los innombrables, avanzan agazapados entre la ira

¿ir a dónde?

nada puede ser peor que aquí.

IX

la luz se apaga en el cenicero
  junto a al ruido de un máquina del siglo xx,

afuera los inútiles se equivocan

   bolsas de nylon tiran de carruajes invaluables
nadie cuestiona el daño ecológico 
    
  todos prefieren ahorcarse de enredaderas, de todas formas.

la exhibición de los perdones

pronósticos de un apocalípsis deseado. 

 actores mediocres que babean el diálogo de una escena final 

ramos de espinas  
     para cenar sopa de rosas.

 la luz se aviva con el aire en el cenicero
afuera los inútiles se perdonan entre si

 los tubos de vacío explotan en mi cara,

la noche se mece en el aire.