martes, 24 de marzo de 2015

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Ojalá. 
Ojalá que el pueblo nunca olvide. 
Ojalá que la memoria permanezca intacta, porque de olvidarla, nos convertiríamos en hijos del autoritarismo que dio inicio a la etapa más oscura sufrida en Argentina en toda nuestra historia.
Seríamos como ellos, apoyando el frío cañón de un revólver represor, en la nuca de cada ciudadano, de cada persona; en la nuca de nuestros hermanos, en la de nuestros tíos, en la de nuestras madres y padres, en la de nuestros abuelos, y hasta en la nuestra misma.
No olvidemos ese 24 de marzo de 1976.
No olvidemos esos 31 comunicados, que helaron la sangre a todos, al momento de ser difundidos por los medios.
No olvidemos cómo la pena de muerte fue legítima, y cómo esta se le fue impuesta a personas inocentes.
No olvidemos cómo aquellas juntas militares les succionaron el alma a todos los argentinos, cómo nos violentaron, cómo nos hicieron desaparecer, cómo jugaban con nuestras vidas.
No olvidemos ese golpe de lleno al rostro argentino.
No olvidemos la guerra sucia.
No olvidemos cómo el silencio se apoderó de nuestra sociedad, cómo el temor, cómo el miedo, eran un sentimiento habitual que no podía ser olvidado, ni dejado en segundo plano ni permaneciendo en el hogar. Cómo los pensamientos más horribles llegaban a nuestras cabezas, y nos mantenían siempre alerta.
Cómo éramos prisioneros, en una supuesta "libertad", encerrados entre fronteras.
No olvidemos cómo fuimos despojados de la libertad, cómo nos fueron arrebatados los derechos humanos, cómo fue destruido el congreso, cómo aquel cóndor se posó sobre nuestro país haciéndolo añicos, y cómo esos hijos de puta, como marionetas, se reían de todos nosotros.
No olvidemos a los militares, que atendían los centros clandestinos de todo 

el país, donde los gritos eran atrapados entre cuatro paredes, silenciados y totalmente acallados por la mano de la tortura represiva.
No olvidemos los falcon verdes, los vuelos de la muerte, la lucha contra los "subversivos".
No olvidemos la desaparición y el ocultamiento de la identidad de hijos de detenidos y desaparecidos, que fueron otorgados a otras familias.
No olvidemos la braveza de las madres de plaza de mayo, no olvidemos cómo ansiaban hallar la verdad en un enredo de mentiras y violencia; no olvidemos a las madres de los desaparecidos, que según la prensa no existían; no olvidemos a Rodolfo Walsh, que en una carta manifestó todo lo que el pueblo quería decir, pero temía de hacerlo, ni olvidemos como a plena luz, oídos de inocentes fueron sorprendidos por disparos en la vía pública, y cómo ojos asustados vieron como se lo llevaban lejos, cómo esos ojos asustados lo vieron por última vez.
No olvidemos cómo aquel 16 de septiembre de 1976, a los lápices les fueron arrebatadas las palabras, y fueron a parar a la clandestinidad, para ser acalladas por siempre. Cómo a esos 10 chicos, de minoría de edad, les quitaron su juventud, y a 6 de ellos su vida, por una posible subversión. No olvidemos cómo en el 78', una pelota de fútbol fue utilizada para legitimar algo que era completa y totalmente ilegítimo.
No olvidemos las voces que intentaron hablar en forma de lucha, y que fueron calladas.
Como llamas, fueron extinguidas treinta mil voces, o las que hayan sido, porque los números varían, pero aunque hubiese sido una sola voz, su silencio hubiese tenido la misma relevancia que siendo treinta mil.
Lo importante no es el número de voces acalladas, si no el silencio de la más mínima voz del pueblo, silenciada bajo una mano plagada de tortura y horror.
No olvidemos la incertidumbre de miles de familias, los millares de lágrimas derramadas, las preguntas que sólo consiguieron por respuesta un "algo habrán hecho" que la voz más pútrida y oscura escupió ante decenas de personas en una conferencia de prensa, que los ojos del pueblo vieron horrorizados.
No olvidemos cómo la Iglesia apoyó el golpe, atentando ante los derechos de la sociedad, con muchos miembros cometiendo crímenes de lesa humanidad; y no olvidemos la negación para abrir sus expedientes y aportar información de las personas desaparecidas, ni tampoco olvidemos a todos aquellos que apoyaban este defenestrante régimen.
No olvidemos ese 2 de abril de 1982 cuando una botella de alcohol, derramada en un despacho presidencial, dejó caer gotas como lluvia en las caras heladas de jóvenes, obligados a luchar en una guerra cuyo único fin, era la prevalencia de la insensatez; donde los medios, controlados por el mismo Estado, alimentaban una ambición vacía en el pueblo, por una soberanía en la que la victoria, ante nuestros ojos, parecía inminente, hasta el 14 de junio, donde toda promesa de victoria se desvaneció. La amargura de un pueblo devastado, inanímico y engañado, desató las tensiones reprimidas por la guerra.
No olvidemos a Videla, a Massera, a Agosti, a Viola, a Graffigna, a Lambruschini, a Galtieri, a Dozo, a Anaya, a Bignone, a Hughes, a Franco, a Astiz, a Etchecolatz, a Acosta, a Simón, a Camps, a Guglielminetti, a Cavallo, y no olvidemos la atrocidad que cometieron en este pueblo.
No olvidemos a esos hijos de puta, no olvidemos la sangre que corrió gracias al puñal de su mano represora, como tampoco olvidar cómo todos los cuerpos de detenidos inocentes, fueron atrozmente depositados en fosas comunes, enterrados sin honor, tal cual el accionar de aquella deshonrosa dictadura.
No olvidemos la memoria.
No olvidemos la tardía, pero segura victoria del pueblo.
No olvidemos el regreso a la democracia, ni tampoco la celebración de un pueblo que tanto sufrió.
No olvidemos a la CONADEP, ni el informe "NUNCA MÁS".
No olvidemos los juicios a las juntas militares, ni cómo no pudieron tener la más mínima decencia de juzgar a sus superiores.
No olvidemos la tensión de los levantamientos de los carapintada, no olvidemos las leyes de impunidad; cómo la ley de punto final, y obediencia debida, dejaron sin juicio a imputados, que no hubieran sido llamados a declarar antes de los sesenta días corridos a partir de la fecha de promulgación de dicha ley, como una excusa estúpida, y dejaron en libertad a represores que aún habiendo obedecido órdenes de superiores, eran la misma repugnante clase de seres humanos.
Seres que acabaron con la vida de sus ciudadanos, aquellos a quienes tenían que proteger, sin repercusión alguna en sus mentes, respectivamente, y cómo aquellos indultos dictados por un ser repugnante, dejaron libres a los más grandes monstruos que esta nación conoció.
No olvidemos cómo permanecieron en libertad, y no olvidemos los juicios de la verdad, ni cómo dos manos quitaron aquel nefasto cuadro de la pared de la casa de gobierno.
No olvidemos cómo cumplieron sus condenas como las ratas que eran, y cómo uno tras otro, fueron falleciendo para desgracia del pueblo, que en sus rostros ansiaba ver el sufrimiento de las miles de vidas que arrebataron.
Nunca olvidemos la lucha que un pueblo puede dar.
No dejemos que la tiranía sea soberana en democracia, no alabemos a aquellos que afirman que hay que terminar con "este jueguito de los derechos humanos" sólo porque los números de 30.000 desaparecidos son ambiguos, no dejemos que se apacigüe esta sed de verdad, de justicia, no vivamos con miedo, no pidamos que vuelvan los milicos por hechos de inseguridad, no digamos que "esto con Videla no pasaba", no veneremos a aquellos que trataron de levantarse contra el gobierno institucional y democrático luego del retorno a la dictadura, no le demos poder al pasado en acciones a futuro, pero recordémoslo.
Nunca olvidemos la memoria
Nunca dejemos de perseguir la verdad
Nunca dejemos de recordar
Nunca permitamos que una atrocidad de esta magnitud pase otra vez
Nunca callemos nuestras voces
Nunca olvidemos a aquellos que desaparecieron
Nunca repitamos las torturas impuestas por el Estado
Nunca dejemos escapar la democracia
Nunca dejemos que los lápices dejen de escribir
Nunca más.

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