lunes, 3 de septiembre de 2018

artículo clasificado de un diario de hace tres semanas y nueve años

en retrospectiva,

¿quienes callaban
     la extinción?

con mis pulmones alimenté de aire el fuego que terminó por aniquilar mi voluntad,

y hoy no tengo uñas con las que clavarme en tierra,
como tampoco hay tierra que sostenga las yemas podridas de mis dedos malogrados.

las manos mías que abrazaron los índices del derrumbe,
hoy son las manos que acribillan el cuello vencido de los difuntos pidiendo clemencia.

la piedad de los incrédulos,

la insensatez de querer hacer siempre lo mismo y no sufrir represalias.

sé donde estoy,
sé que es culpa mía
                                                                   huí y abandoné 

y ahora me encuentro donde dejé todo la última vez.

zona cero.

y con las horas que el tiempo rechazó
no he hecho más que repetir verbalmente las oscilaciones del ruido en mis tímpanos a punto de reventarse

abro mi boca lentamente,
mientras ruego por su clausura inmediata,

el hedor a la podredumbre del silencio que nace luego de un eco ya no me genera nada.

pero aún conservo horas de material proveniente de un circuito cerrado de cámaras que fue testigo del paso de nadie,
de la suciedad acumulándose en mi rostro

de la piel caída, resquebrajada, echa a un lado, enmarcada de cerámicos rotos que fueron alguna vez mosaico que fue alguna vez escenario de un sueño horrible del que desperté traspirado y con las sábanas colgándome del cuello.

y hoy solo delimito un pequeño espacio en lo que resta de mi alcoba aniquilada por el fuego que hice nacer con mi aire
(ese que hoy tanto me hace falta)

para ver en un televisor blanco y negro como fui pudriéndome en silencio, sin ayuda de nadie
para poder dormirme sintiéndome peor que ayer.

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