un torbellino dulce
de palabras sepultadas en los labios,
no debo hurgar entre lo seco,
entre lo árido,
apenas si tengo el tacto para oponer mi piel ante sombras.
desde el precipicio veo
ambos pies enterrados en el asfalto
cómo símbolo de conquista
o absoluta derrota.
ya no me veo reflejado en los rostros de vidrio,
las huellas de las manos se arrastran por lo que quedó de mis caderas.
fuimos el reflejo involuntario,
aquello que solo está permitido mostrar.
exhibición permanente.
el museo permanecerá cerrado por tiempo indefinido.
antes de que mis huesos besaran el ruido blanco
hospedé un silencio febril
en la parte baja de mi columna vertebral.
ahora el viento golpea todas las puertas
hasta aturdirme
y nadie puede entristecer las bisagras, ergo
nadie abre.
nadie sigue mis pasos.
nadie sabe guiarme por un camino que jamás recorrí
¿acaso las tormentas no sé preguntan por el suelo en el que se desangran?
la inmortalidad de lo arbitrario
se me han revocado las ansias de soñar,
se me han escapado las fuerzas para hacer latir manualmente el corazón.
mi epitafio rezaría:
nunca supo mirar más allá de un cielo hostil,
pero casi saboreó en el filo de sus dientes
un recuerdo agridulce a medio masticar.
la garganta cerrándose para no tragar
un cielo que muere por el horizonte diciéndonos que esta noche no nos pertenece.
Escrito con Lara
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