viernes, 7 de septiembre de 2018

ese segundo antes de estrellarse contra el suelo después de caer de un decimosexto piso

un torbellino dulce 
de palabras sepultadas en los labios,

no debo hurgar entre lo seco,
entre lo árido,
apenas si tengo el tacto para oponer mi piel ante sombras.

desde el precipicio veo 
ambos pies enterrados en el asfalto 

cómo símbolo de conquista 

o absoluta derrota.

ya no me veo reflejado en los rostros de vidrio,
las huellas de las manos se arrastran por lo que quedó de mis caderas.

fuimos el reflejo involuntario,
aquello que solo está permitido mostrar.

exhibición permanente.

el museo permanecerá cerrado por tiempo indefinido.

antes de que mis huesos besaran el ruido blanco
hospedé un silencio febril 
en la parte baja de mi columna vertebral. 

ahora el viento golpea todas las puertas 
hasta aturdirme

y nadie puede entristecer las bisagras, ergo
nadie abre.

nadie sigue mis pasos.

nadie sabe guiarme por un camino que jamás recorrí

¿acaso las tormentas no sé preguntan por el suelo en el que se desangran?

la inmortalidad de lo arbitrario

se me han revocado las ansias de soñar,
se me han escapado las fuerzas para hacer latir manualmente el corazón.

mi epitafio rezaría: 
nunca supo mirar más allá de un cielo hostil, 
pero casi saboreó en el filo de sus dientes

un recuerdo agridulce a medio masticar.

la garganta cerrándose para no tragar

un cielo que muere por el horizonte  diciéndonos que esta noche no nos pertenece.




Escrito con Lara

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