el asco,
las almohadas hechas de maniquíes fundidos,
los sueños encerados,
y las lágrimas que brillan aún mas estando dormidos.
los dos pulgares presionando el hueco de los ojos,
el bidet tapado de botellas de vino rotas
el piso de mi baño,
yo acostado sobre él,
la derrota.
un choque exactamente a doscientos veintisiete metros de mi habitación,
el último jadeo un perro ahora muerto
una jauría haciendo una sala velatoria improvisada
y
un cuello atravesado por el vidrio de un parabrisas destrozado.
y bueno, entonces el miedo,
el asco de nuevo,
las sábanas de aquellos que se ahorcan en sus celdas,
los tobillos desnudos dispuestos al calor del sol entrando por la ventana,
la humedad que no me deja respirar
y una parálisis de sueño permanente.
el deambular por los pasajes de mi casa,
la simulación de ser un extraño para acompañar a mi propia ausencia
las rosas marchitándose sobre mis propias manos rotas,
una puerta que no deja de ser golpeada,
el hecho de saber que nadie va a abrirme.
una película proyectándose sin público,
una radio que solo grita ruido blanco
la idea de querer levantarse temprano una mañana,
un cenicero con una foto de cuando era pequeño,
un álbum familiar con todas las fotos veladas
y una cadena de inodoro que no para de perder.
la angustia de verse al espejo y reconocerse, saberse roto
una llamada en el medio de la noche,
el tono que indica que no hay nadie para contenerte del otro lado
la cobardía de no poder ver al rostro a los demás
el miedo, el asco de ser uno.
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