domingo, 23 de septiembre de 2018

la oscuridad también habita en los estómagos de tus microbios, no lo olvides

claro que lo mejor es 
cruzarse de brazos, 
tragarse el silencio 
y aceptar el fluir espeso del tiempo.

fui el ignorante que aguarda 
el diagnóstico terminal
en los corredores huecos 
de un hospital sin calefacción

fui también el blanco de las dudas que se reagrupan en silencio, lentas, 
divagan como satélites en el espacio,
a oscuras, 
como espías envueltos en trajes hechos de bolsas de consorcio a la caza de tus inseguridades domésticas.

fui la planta en la espera por marchitarse definitivamente que arrancan de raíz 
con unas manos plagadas de dudas y mordidas de esos molestos insectos que abundan en verano

e hierven para hacer un té que por la noche no te deja dormir,

pero te hace sentir un poco menos apenado con la vida que llevaste hasta el punto en que decidiste hacerte un té para dejar de sentirte tan miserable.

fui la espera del otro lado de la puerta,
 las sombras también, de esas que te hacen sentir que hay alguien del otro lado aguardando por vos

 y la decepción de las bisagras vírgenes, oxidándose.

ah,
y el diario no llegó hoy, 
pese a haber estado esperando toda la tarde.

las manos sobre el aire, tratando de aguantar el peso de la ausencia.

siento las muñecas arder
  como los cuellos de los corceles por las ataduras que los obligan

a arrastrar un carruaje fúnebre por las polvorientas calles de tierra de un pueblito vacío 
sin poder estacionarse.

fui el clavo doblado 
que perforó cada una de las maderas 
con las que tapiaron las ventanas de mi casa, 

y hoy me arrepiento.

fui la penumbra que se hizo cuerpo
y la botella con agua de la canilla 
que sigue pariendo burbujas porque sí

si la palabra hablada no sirve y lo que cuenta son las acciones.

el origen de este desastre cuelga directamente de nosotros, 
como dos horcas 
nuestras manos 
cargan la herencia bastarda de la caricia y el golpe, 

han obedecido las órdenes de la muerte 
y engarzado los tobillos de los recién nacidos,

despojándonos de la inocencia primera,
      
             el primer llanto siempre es de dolor.

el espacio sabe enseñar la diferencia,

dos pares de hombros dispuestos paralelamente,

   una mirada a punto de inundarse se abalanza sobre el comienzo de uno de los brazos
y es desde es mismo brazo
      que nace la mano que aprieta la nuca

y es esa misma mirada, la que quiebra a su par 

 colapso simultáneo, 
   contención en la similitud, 
     y la identidad dejada a un lado.

la virtualidad de las comodidades para una errónea percepción del día,

- las persianas sin correa para levantar
- todas las luces quemadas
- una habitación que oficia de cenicero
- una voz que no tiene con quien enfrentarse
- una columna con delirios de formación rocosa
- las uñas largas aferradas al suelo
- un aire helado que corta las pestañas

¿y qué nos queda de de todo esto?

¿sueños?, 
no, ni siquiera sueños, 

anhelos en potencia, 

pretensiones a futuro que claudican 
ante los límites arquitectónicos que hemos erigido

vos, yo, nosotros, todos, la historia tonta 
que pulula arriba, detrás, 
debajo nuestro como una estructura 
de vigas y andamios en constante
 movimiento
nuestra razón de ser fue siempre el encierro

¿hasta dónde llega mi voz?

¿cuánto tiempo aguanta con vida una misma emoción?

¿cuánto tarda el amor hasta convertirse en parodia?

qué es un corazón 
sino una bolsa con puro humo 
que de buenas a primeras 
se rompe liberando
la alergia y los males de este mundo

es inevitable.
con la cara triplicada ante al espejo rebota siempre la misma pregunta:

¿qué culpa tiene el cuerpo?

si ya lo han devorado, regurgitado, despojado de humanidad, quebrantado su espíritu, acallado su voz, si ya lo han escupido, triturado, lo han tirado abajo de la línea de subte más insegura de la ciudad, le han quebrado las piernas, roto los brazos, obligado a mirar al cielo esperando por un sol que nunca llega, si le han mostrado sus sueños incompletos, le han ejecutado a su familia frente a sus ojos, lo han enterrado, le han perforado el abdomen con lanzas en una dudosa representación de la muerte de jesucristo, lo han resucitado, le han hecho creer que realmente valía algo solo para re-afirmar la miseria que guarda, lo han decepcionado, le han roto su corazón, lo han privado de sus cenas, no le permitieron tener un cumpleaños, si ya han roto su hogar, y lo obligaron a vivir en las alcantarillas que ni las ratas saben habitar, le han recitado poesía barata, si ya le prohibieron escribir, le censuraron la expresión, le cortaron sus manos y las reemplazaron por pezuñas de chanchos que lo fuerzan a comer crudos. si ya le han quitado todo.

¿qué culpa tengo?

¿por qué cargo con todo esto?

¿por qué no me permito salir de mi habitación después de tanto? ¿por qué me auto-reprimo? ¿por qué me exijo tanto si sé que nada puede satisfacerme?

¿qué nos queda de todo esto?

¿que podemos hacer con todo esto?

y claro que lo mejor es 
       cruzarse de brazos,  
         tragarse el silencio

y aceptar la auto-mutilación de todos los días, esperando que de uno de esos días, pueda nacer algo que realmente valga la pena.


Escrito con Felix

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