miércoles, 10 de diciembre de 2014

Puño ciego

temblando;
la piel,
mata al silencio,
despacio;
mis ojos,
se van abriendo,
pero tan atemorizados, ven,
que se cierran,
para esconderse;
en la palma de mi mano,
donde saben,
que no se van a perder,
en algo;
o en los ojos;
de alguien más,
naciendo así,
un puño ciego,
y de las cuencas;
donde antes estaban ellos,
nacen flores,
cuyos pétalos,
caen sobre mi,
pidiéndome perdón;
en el aire,
y tan tímidos son,
que apenas pueden mirar;
y aquel puño ciego,
paradójicamente;
lucha por no ver,
por no observar;
como aquellos pétalos,
se desploman,
y terminan;
cayendo;
sobre sus nudillos,
donde casi sintiendo;
sus colores,
emanan, una lágrima,
que humedecen aún más,
los dedos,
que los refugian;
casi,
haciéndolos resbalar,
abrazándose a mis manos,
para quedarse en su lugar;
los ojos,
solo aprenden de la oscuridad,
ven centenares de matices de negro,
en mis manos,
o eso creen imaginar,
y tan descuidadas,
mis manos no recuerdan;
cuando fue la última vez que se abrieron,
siempre dándole refugio,
a aquellos ojos que sentían miedo,
compadeciéndose,
para perderse,
se extrañan,
extrañan a sus dedos, 
recorriendo la palma de la otra;
lentamente,
anhelan,
volverse a conocer,
pero ya están ciegas,
y no se pueden ver,
y yo no las puedo guiar;
solo veo flores,
cuyos pétalos caerán;
sobre aquellas débiles manos;
que resguardan a los ojos,
a ellos,
que no pueden ya ver;
que morirán,
sobre aquel;
puño ciego.

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