aves bañadas en almíbar,
supieron persuadir a los hombres,
creando ilusiones, de la gracia del planear;
y alimentándolos, en afanes y anhelos de altitud;
supieron hacer rozar su piel con sus huesos;
el almíbar, néctar de lo superficial,
embellecía a las aves carroñeras,
que tentaron a aquellos hombres,
y a la comarca,
quien les dejo posar sus garras,
entristecidas de muerte,
y mecerse,
en el cobijo del viento;
pronto, la carne débil,
fue devorada;
el espíritu sirvió de complemento,
y del deseo original,
solo perduró el eco,
que hizo sollozar a los hombres más fuertes,
que en paranoicas,
sus esencias, mutaron;
del temor a la perfidia, nació la desconfianza,
y la muerte, pronto de ella derivó;
la sangre sobre otra sangre,
destilaron el vino,
por el cual las aves carroñeras,
se embriagaron;
y despedazándose ellas mismas,
liberaron el espíritu,
de aquellos hombres engañados;
aún así, la inocencia había sido digerida;
pronto, aquella perfidia,
se convirtió en el luto,
con el cual velamos a aquel candor;
las miradas desafiantes,
retozan, entrecruzándose día y noche,
independientemente del cielo;
que simplemente esta ahí,
enardecido;
alimentando la eterna disputa con una tempestuosa tormenta,
que dibuja, con un rayo de todo el odio del paraíso,
un vórtice, un agujero;
que nos alimenta,
atrayendo alimañas, de los lugares más recónditos del infierno;
aquellas bestias proyectan en nosotros,
su sentir, su pensar,
y tal vez, sea eso lo que nos vuelve aún, más humanos;
el fulgor del conflicto,
la bestialidad de la interpretación de nuestros actos,
y la constancia de nuestra moral,
que tal vez sea,
el único sentir restante, de aquel espíritu destrozado;
que no tanto habrá de perdurar
ya que se tambalea cada vez más,
a medida que evolucionamos;
amenazando con desplomarse,
para desinhibir todo ser,
para que amar,
sea transgredir;
el emigrar del resto de los pájaros,
ante la hecatombe,
se volvió un enigma;
los impulsos se volvieron un estigma,
del instinto que aquellas aves,
al despedazarse entre sí,
nos dejaron;
aquel instinto,
asesino,
ya que la muerte se asesinó a si misma,
aquel día en que las aves, entre si desgarraron sus vientres;
en el cual gestaron,
al espíritu humano,
antes sano;
y hoy,
condimentado con muerte;
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