lunes, 25 de mayo de 2015

Ola

se disipa la calma,
al clamar de la sal;
el viento abdica sus soplos de mi ser,
mientras la ola llora en su fugacidad;
y se desdibuja,
su furia,
y se vuelve solo mar;

un mar,
que brazos embriagados en un anhelo,
cortarán, gota tras gota,
solo para hacerse paso;
sobre la tragicómica esencia,
que la ironía en su esplendor posee;
donde la feroz constancia,
desangrará sal,
que no clamará más que un perdón,
y una brevedad;
antes de ser arena,

la sed será saciada,

y en el anhelar,
el denuedo se rinde,
ante los pies de lo equívoco;
su brevedad llora por él,
y por él, llora la ola,
que ahoga su cuerpo,
desfallecido en desilusión;
antes de terminar por fallecer ambos,
al nacer de la calma;

pero solo el cuerpo y la sal,
han cesado;
mientras que la ola,
irónicamente en su caducidad,
se perfila,
como la única constante,
en un mar desangrado,
sepelio del afán;

y rompen las olas,
que formanse, solo para discernir,
la calma del piélago,
de su fugaz vida en libertad;
antes de formar parte,
del mar;
y lloranse, en su brevedad,
las unas a las otras,
casi velándose,
en perpetua agonía,
antes de terminar de consumirse;

y al morirse,
atraerán la sal,
que la desesperación del anhelo desangró;

pronto el mar renacerá de la misma sal,
que emanan las lágrimas de las olas,
al llorar,
en su fugacidad;

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