el polvo acarició el estigma,
y cayó en la espera;
del gineceo de la flor,
emergió un ojo;
que permaneció cerrado,
aún ante la tentativa de dar una mirada,
a la tierra en donde estaba sembrado;
la raíz,
se bifurcó al primer momento de su existencia,
y se afianzó a su madre, temerosa;
y su pedúnculo fue mecido por la brisa,
por primera vez;
el tallo comenzó a gestarse,
y a germinar,
anhelando la lejanía de la tierra;
cada vez mas fuerte,
mas verde;
de él crecieron dos ramificaciones,
que cobraron una significante fortaleza;
el viento ya no las mecía,
su centro, fue cambiando paulatinamente de tonalidad,
hasta ser rosa;
y el ojo ginencial, se multiplicó;
permaneciendo así, la flamante mirada,
sin ver nada todavía;
su estigma se aceró,
perdiendo su coloración amarillenta,
siendo blanco puro,
mientras que los pétalos, por su parte,
se decoloraron marrones,
y creció su cantidad;
eran millares,
de hojas cada vez más largas y delgadas;
que caían cual cascada,
por su espalda;
una carne firme con una fuerte tersura,
acaparó el espacio de los débiles estambres rosas,
y cubrió el resto del tallo,
volviéndolo torso;
y consigo, sus dos ramificaciones,
que fueron brazos;
y en su interior, se engendró el mismo blanco del estigma;
al igual que en sus piernas,
que aunque firmes, seguían permaneciendo,
enterradas bajo tierra;
el alba acarició el nuevo rostro;
y por fin los ojos gineceales,
regalaron una mirada;
y se maravillaron,
sus raíces se alejaron de la tierra,
que las acobijo durante meses;
llevando las decrepitas raíces de su progenitora,
consigo;
echó una lágrima que aclaró un pétalo olvidado en tierra,
y se puso de pie,
para besar a la flor a su lado,
y enterrar parte de ella,
arrancando los pocos bellos pétalos que aún tenía,
para dejar parte de su memoria y belleza en su sepelio;
su madre,
quien para ese entonces se encontraba bajo la tierra,
que a su hija vio nacer;
no pudo ver el fruto de su ovulación,
que por fin había aflorado vida;
pero sintió el beso de su hija,
quien primero fue flor;
y luego fue mujer;
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