dime ahora;
a dónde es que aguarda la realidad,
por un cuerpo que la habite?
en mi piel ya se siente su deseo,
y su tristeza, desprendiéndose,
deslizándose,
pena a pena, hacia mi ser;
ahogándome en lágrimas de penumbra;
haciendo de mi ser un lamento,
y soy ese lamento,
que el mismo desconcierto,
que causa la lejanía de realidad,
genera;
y aún así,
en toda mi pesadez,
casi despojado de razón alguna,
respondo a todo llamado,
que la verdad me haga;
porque soy el hijo del dudar;
y en una remembranza,
atisbo allá mi hogar,
un plano etéreo,
donde mi carne creciente,
oscilaba,
entre la nada y el ser;
y soy el ser de la nada misma;
que me ahogen las penas de la realidad,
mientras mi constante duda me aqueja;
quiero que mi piel,
pueda sentirse a si misma,
y que mi carne,
ya sea oscilante entre debilidad o la fortaleza,
se desgarre a si misma, para liberar mi alma;
y que aquella, quede resguardada,
en un vestigio de verdad;
porque sé que si mi cuerpo se pudre,
al conocerse con el tiempo y su apresurado paso;
mi esencia perdurará,
en un constante peregrinaje,
extrañando su forma,
y llorando cual lamento,
abrazándose, como consuelo,
con la misma realidad,
puesto que para ese entonces,
las dos estarán solas,
y llorarán,
por compañía,
dejando su deseo en alguna piel desesperada;
que volverán lamento, pena,
y ser eterno,
regalale una forma
a lo etéreo;
la sabrá moldear,
concibiendo al hijo de la gesta matria;
pero su rostro,
se desdibujará en el canto de trovadores hambrientos,
de melodías que los hagan sonreír;
así, la indecisión reinará lo vago,
y la certeza,
se hará temblar a si misma;
y mi piel,
se cargará de estigmas
que otras pieles le regalarán,
tras el calor de un mismo cariño;
y mi ser,
temblará,
pero oscilará aún,
entre certeza e indecisión;
el ser siempre es etéreo;
y la forma regalada,
también vaga será;
la ovulación será lo único certero,
antes de la gesta;
y hará tiritar a los mismos seres,
que le dieron la capacidad de emerger,
de una cuenca de vida pura;
la felicidad,
le regalará una mueca al flamante corazón,
haciendo alarde de la dominación de los rostros parentales;
paulatinamente,
se acrecentará,
debilitándose los ascendentes,
arrojará ese ser,
lágrimas al mar,
y el mar será su afección,
el vestigio póstumo al paso del tiempo;
en tiempo;
bautizará,
con la memoria,
de su sangre;
a la vida que de él emergió;
al cesar,
se reencontrará con su raíz,
será el mar,
la sincronía,
devala en desliz;
y en ausencia,
emerge el contratiempo,
que mal forma al embrión,
que la idea gesta,
a través de la palabra;
es así como,
tras un diálogo,
donde se exige comprensión en la desidia,
las partes que lo conforman,
pierden la elocuencia;
los seres amparan la crueldad;
y tras la exasperación,
queda solo incertidumbre;
olvidado el trono del entendimiento;
se corona al manifiesto equívoco;
tergiversándose así,
diálogos sincopados,
donde las palabras,
no hallan lugar,
ni razón que explique su existencia;
así, mudo se hace mostrar el ser mas sabio;
y locuaz, el idiota,
naufraga la sincronía,
y la idea siente el fulgor de la insensatez;
petulancia entre hombres,
que claman ser la mismísima razón;
pero ella ya esta perdida,
sincrónico devalar de ambas!
y si somos,
o seremos razón;
pronto cesará el efímero reinado de lo equívoco,
y nacerá de la misma naturaleza,
aquello que es indiscutible,
e imposible de evitar;
nuestro mismo devalar,
la sincronía del contratiempo se esfumará;
pero tal vez perdure,
en nuestro desandar;
el eterno silencio, sincopado,
que inevitablemente,
desoirá de si mismo;
con un solo, minúsculo parpadeo de mi ojo,
apreso un retazo de la poética del panorama;
mutando el presente en vestigio,
oscilando mi permanencia en el presente,
en solo una mirada;
inexorable el peregrinaje tras la memoria,
como inexorable,
se muestra el pensamiento de peregrinaje,
emitiendo eco en el juicio de los demás,
al robar el exacto momento,
de la belleza de la perspectiva del ahora;
pero de peregrino, tristemente, solo el espíritu y el ojo poseo;
porque en lo que lo demás respecta,
soy mi ojo en constante asombro;
y luego de la depredación,
soy solo turista de mi obra;
mis ojos vislumbran el candor del sol,
al verme como propietario,
de los mismísimos esplendores naturales,
y humanos;
y eso soy,
soy humano;
soy un humano que se ha aislado y alimentado de su propia expresión,
no pretendo ser alarde, ni ser petulante,
ni mucho menos aparentar tintes bohemios al dictar estas palabras;
soy solo humano,
soy solo un ojo,
aquel ojo que permite la expresión en la cual me he facultado,
aquel, que me permite mi misma facultad;
que me permite viajar,
a través de lapsos memoriales de centenares de instantes,
donde tal vez reinaba el esplendor,
donde tal vez mi interior se lagunaba en lamento;
o quizás;
en donde mi sentir se relegaba,
ante el arte mas perfecto que cualquier ojo pueda admirar:
la belleza en lo humano,
y lo humano (y belleza) en el día a día;
un paisaje; que no se refleje solo en sus colores y sombras;
un paisaje que sea sinestesia con la melodía de comienzo mas maravillosa;
una remembranza de hombres y mujeres marcados por el tiempo;
y un gesticulador capturado por siempre en vestigio;
soy humano,
siempre humano,
pero soy de los pocos,
que ha entendido que también; soy belleza,
quizás alguien parpadeará frente a mi,
y me apresará en un retazo,
para luego, en algún otro instante, emprender un viaje ante el momento,
en el cual nuestras miradas,
se cruzaron;
alzánse,
ecos de gargantas ahogadas en sobresaltos;
que fúganse del tímpano idiota,
y recaen como supercherías plagadas en basteza,
sobre los recovecos de la putrefacción,
de la carne y su razón;
el eco evoca,
aquellas petulantes miradas,
que los hoy ahora esclavos de ensoñaciones,
ostentaban, ante el débil;
y hoy el débil,
en espíritu permanece afianzado,
a una ligera convicción;
"débiles ellos!
sus pasos solo acarrean,
meras pretensiones de codicia"
su delirio,
eliminó la cordura;
dejando,
solo;
esporádicos espasmos de realidad en fantasías;
y ante el temor a la insensatez
irónicamente, presumen su realidad adormecida!
mientras se resquebraja a piel;
y un desierto nace de ella,
donde su oasis,
cae del cielo;
desde el tanteo lagrimal,
de una realización;
que da cuenta,
que el sueño,
despertó;
enajenación;
se disipa la calma,
al clamar de la sal;
el viento abdica sus soplos de mi ser,
mientras la ola llora en su fugacidad;
y se desdibuja,
su furia,
y se vuelve solo mar;
un mar,
que brazos embriagados en un anhelo,
cortarán, gota tras gota,
solo para hacerse paso;
sobre la tragicómica esencia,
que la ironía en su esplendor posee;
donde la feroz constancia,
desangrará sal,
que no clamará más que un perdón,
y una brevedad;
antes de ser arena,
la sed será saciada,
y en el anhelar,
el denuedo se rinde,
ante los pies de lo equívoco;
su brevedad llora por él,
y por él, llora la ola,
que ahoga su cuerpo,
desfallecido en desilusión;
antes de terminar por fallecer ambos,
al nacer de la calma;
pero solo el cuerpo y la sal,
han cesado;
mientras que la ola,
irónicamente en su caducidad,
se perfila,
como la única constante,
en un mar desangrado,
sepelio del afán;
y rompen las olas,
que formanse, solo para discernir,
la calma del piélago,
de su fugaz vida en libertad;
antes de formar parte,
del mar;
y lloranse, en su brevedad,
las unas a las otras,
casi velándose,
en perpetua agonía,
antes de terminar de consumirse;
y al morirse,
atraerán la sal,
que la desesperación del anhelo desangró;
pronto el mar renacerá de la misma sal,
que emanan las lágrimas de las olas,
al llorar,
en su fugacidad;
el polvo acarició el estigma,
y cayó en la espera;
del gineceo de la flor,
emergió un ojo;
que permaneció cerrado,
aún ante la tentativa de dar una mirada,
a la tierra en donde estaba sembrado;
la raíz,
se bifurcó al primer momento de su existencia,
y se afianzó a su madre, temerosa;
y su pedúnculo fue mecido por la brisa,
por primera vez;
el tallo comenzó a gestarse,
y a germinar,
anhelando la lejanía de la tierra;
cada vez mas fuerte,
mas verde;
de él crecieron dos ramificaciones,
que cobraron una significante fortaleza;
el viento ya no las mecía,
su centro, fue cambiando paulatinamente de tonalidad,
hasta ser rosa;
y el ojo ginencial, se multiplicó;
permaneciendo así, la flamante mirada,
sin ver nada todavía;
su estigma se aceró,
perdiendo su coloración amarillenta,
siendo blanco puro,
mientras que los pétalos, por su parte,
se decoloraron marrones,
y creció su cantidad;
eran millares,
de hojas cada vez más largas y delgadas;
que caían cual cascada,
por su espalda;
una carne firme con una fuerte tersura,
acaparó el espacio de los débiles estambres rosas,
y cubrió el resto del tallo,
volviéndolo torso;
y consigo, sus dos ramificaciones,
que fueron brazos;
y en su interior, se engendró el mismo blanco del estigma;
al igual que en sus piernas,
que aunque firmes, seguían permaneciendo,
enterradas bajo tierra;
el alba acarició el nuevo rostro;
y por fin los ojos gineceales,
regalaron una mirada;
y se maravillaron,
sus raíces se alejaron de la tierra,
que las acobijo durante meses;
llevando las decrepitas raíces de su progenitora,
consigo;
echó una lágrima que aclaró un pétalo olvidado en tierra,
y se puso de pie,
para besar a la flor a su lado,
y enterrar parte de ella,
arrancando los pocos bellos pétalos que aún tenía,
para dejar parte de su memoria y belleza en su sepelio;
su madre,
quien para ese entonces se encontraba bajo la tierra,
que a su hija vio nacer;
no pudo ver el fruto de su ovulación,
que por fin había aflorado vida;
pero sintió el beso de su hija,
quien primero fue flor;
y luego fue mujer;
En la tarde de otoño, cada hoja que cae es un punto del recuerdo;
cada fronda desecha ante mi,
y quebrajada por miles de pasos,
es un vestigio del estío pasado;
y una remembranza,
de la etérea eternidad del tiempo,
que deambula en mi razón,
al apreciarse la perfecta desemejanza;
casi simétrica,
entre el verde, el amarillo, y el gris;
casi como una crónica;
el tiempo se muestra perpetuo ante mi esencia,
solo entre insignificante lapsos esporádicos,
que parecen durar toda una vida;
pero que se torna en gris,
para dejar su inexorable huella,
en la tersura de la piel;
enfermando a la vida,
verde de naturaleza;
alzándose así la decrepitud,
la muerte que le llega,
bajo un velo amarillento;
a las hojas las sabe matar el tiempo;
divergencia y desunión entre rama y follaje,
los árboles con la corteza desnuda,
lloran savia para cobijarse;
resquebrájanse,
las frondas marchitas y desechas,
y mis pasos las agrietan, aún más;
las abandono en muerte,
y visito su sepelio, sin intención de hacerlo;
solo miro cada hoja cayendo,
cada punto del recuerdo
(Escrito con Luna Rey Cano)
de lo etéreo del alma,
crece la quietud;
ella, furtiva ante lo superfluo,
de la desesperación humana,
es recluida,
en la lejanía del ser;
mientras que en su proximidad,
su sangre, en un suplicio cuasi-perpetuo,
hervirá,
junto a su piel,
cuya tersura, limará sus huesos;
y ante aquel pavor,
se enseñará la sangre caliente como tributo;
acordando un pacto,
de la servidumbre terrenal,
ante aquel, o aquello,
que siembre temor,
en piel, hueso y sangre;
luego de las reiteraciones;
la constancia y la misma desesperación,
terminarán por olvidar los huesos,
bajo tierra;
el ser, ido;
solo la conocerá,
cuando su desarrollo sepa culminar,
en tiempo,
en eternidad;
cuando la vida sepa abdicar su trono,
ante los consecuentes,
de la decrepitud;
coincidirán;
como siempre lo han hecho,
así, mutaremos en almas,
y parte aquella calma nos llevaremos;
rondaremos alrededor de nuestro sepelio,
atisbando nuestros huesos,
y los árboles,
que nuestra carne,
que ya no es nada, fertilizaron;
apreciaremos,
el lamento de las voces,
ante el bramido de la tempestad,
y la sangre de los vivos,
ahogando nuestro descanso;
sabiendo que pronto,
de ellos serán los árboles,
que ofusquen nuestro recuerdo,
y alimenten,
a la naciente quietud;
la tinta adormecida,
se jacta de ser, la más divina expresión de la incertidumbre;
mientras que las páginas vacías,
tratan de alimentar, en un inútil intento,
la poca imaginación, que creemos haber llegado a preservar;
el habla, se corrompe,
ante burdas y asépticas, expresiones,
que desgarran, aquella benévola virtud del silencio;
y emergente, así se ve el veneno,
del cual nosotros, los espurios de la creación,
pronto habremos de beber;
beodo,
el labio murmura,
pero resulta ilusoria,
aquella elocuencia del esbozo de la palabra;
y la distancia,
se gesta en el vientre de nuestra discordia;
por no poder darle honor en la muerte al silencio;
y de aquel labio,
saben ahogarse las gotas,
que nos embelesaron,
con las habladurías de la estupidez;
y que supieron,
degenerar la bondad de la fértil tierra,
que hoy, ya seca;
comienza a marchitar,
y hoy,
más allá del sol,
tal vez queden palabras,
dichas, lloradas, gritadas por nosotros,
ya que hoy,
solo al colisionar dos pieles distintas,
podemos percatarnos,
de que hay alguien a nuestro lado;
aún no hemos perdido el calor,
pero el día llegará,
nos perdemos excepto a nosotros mismos,
y tal vez, cuando del pensamiento,
nos desliguemos,
seremos por fin humanos,
y no lo sabremos
sobre el filo abismal de los párpados,
sabe atisbarse un vestigio de la pupila,
que da, una furtiva mirada a su exterior;
mientras que el iris,
permanece sumido en la introspección,
donde su color ya no deslumbra;
opacado por la tiniebla de la culpa,
que se relega al pensar,
y carcome ideas, para obligar a quien,
entre su sapiencia la ostente;
a pensarla,
a concebirla,
para asesinarla, luego, en un alivio;
luego el corazón sincronizase con la clepsidra terrenal,
que devuelven al sentido y a los ojos,
la noción del tiempo,
en el que su cuerpo pende;
antes de desfallecerse,
y verse, ultimados por la muerte;
luego olvídanse de la clepsidra terrestre y del corazón,
se alza, la razón del instinto;
y de nuevo, la introspección, de mucho parece no haber servido,
de nuevo; el tiempo es eterno,
y el sentido parece haber sido postergado,
ante la siempre naciente ambición;
sabe existir, una suerte de divergencia entre dos distintos universos,
en los que el ser, ambos habita en el lapso de su peregrinaje;
el interior, pernicioso para aquel,
cuyo juicio sobre su actuar, se muestre intransigente;
casi auto-destructivo;
y el exterior, que a pesar de sus cambios, permanece inmutable,
para el ojo que sabe verse a si mismo;
ambos permanecen desconocidos para él,
y separados, por una delgada línea de piel,
que aparenta ser el límite, del cuerpo del ser
que en la resignación del poco tiempo para conocer,
crea, en un intento fatuo;
un tercer universo,
el ser,
ante la vastedad de lo interno y lo externo,
edifica una invisible recámara,
donde reúne condiciones familiares,
de ambos mundos;
donde el es ley, y el es transgredir;
recorre senderos que de infante corrió,
y comparte con sus pares,
cuyos mundos se conglomeran e interconectan,
mediante delgados hilos de seda;
los sentimientos y pensamientos más superficiales;
asustado por su propio subconsciente y presconciente,
obedece al instinto de la somera conciencia,
no indaga,
ni se sumerge en sus ideas,
ni en aquel mar que sus ojos conocieron,
simplemente crea un escenario hipotético,
solamente argumentado por especulaciones;
y en su mundo es ley,
porque él, en todo su opaco resplendor, es ley;
y permanece siendo ley,
hasta que una acción,
un decir, un pensar, o una determinada situación;
emana y fabrica una repercusión,
en otro de los dos mundos,
y se ve obligado a recurrir,
al carácter catártico de la repercusión,
y así sabe vivir el ser,
desde los añoros de la sapiencia;
siempre,
trastabillando,
y cayendo en el mismo eco,
que canta la misma fosa,
sobre la misma forma,
de vivir una vida;
resoplando;
"cayendo en enternecido alivio,
en una constante fatuidad divina;
hasta dar cuenta que se es humano"
aves bañadas en almíbar,
supieron persuadir a los hombres,
creando ilusiones, de la gracia del planear;
y alimentándolos, en afanes y anhelos de altitud;
supieron hacer rozar su piel con sus huesos;
el almíbar, néctar de lo superficial,
embellecía a las aves carroñeras,
que tentaron a aquellos hombres,
y a la comarca,
quien les dejo posar sus garras,
entristecidas de muerte,
y mecerse,
en el cobijo del viento;
pronto, la carne débil,
fue devorada;
el espíritu sirvió de complemento,
y del deseo original,
solo perduró el eco,
que hizo sollozar a los hombres más fuertes,
que en paranoicas,
sus esencias, mutaron;
del temor a la perfidia, nació la desconfianza,
y la muerte, pronto de ella derivó;
la sangre sobre otra sangre,
destilaron el vino,
por el cual las aves carroñeras,
se embriagaron;
y despedazándose ellas mismas,
liberaron el espíritu,
de aquellos hombres engañados;
aún así, la inocencia había sido digerida;
pronto, aquella perfidia,
se convirtió en el luto,
con el cual velamos a aquel candor;
las miradas desafiantes,
retozan, entrecruzándose día y noche,
independientemente del cielo;
que simplemente esta ahí,
enardecido;
alimentando la eterna disputa con una tempestuosa tormenta,
que dibuja, con un rayo de todo el odio del paraíso,
un vórtice, un agujero;
que nos alimenta,
atrayendo alimañas, de los lugares más recónditos del infierno;
aquellas bestias proyectan en nosotros,
su sentir, su pensar,
y tal vez, sea eso lo que nos vuelve aún, más humanos;
el fulgor del conflicto,
la bestialidad de la interpretación de nuestros actos,
y la constancia de nuestra moral,
que tal vez sea,
el único sentir restante, de aquel espíritu destrozado;
que no tanto habrá de perdurar
ya que se tambalea cada vez más,
a medida que evolucionamos;
amenazando con desplomarse,
para desinhibir todo ser,
para que amar,
sea transgredir;
el emigrar del resto de los pájaros,
ante la hecatombe,
se volvió un enigma;
los impulsos se volvieron un estigma,
del instinto que aquellas aves,
al despedazarse entre sí,
nos dejaron;
aquel instinto,
asesino,
ya que la muerte se asesinó a si misma,
aquel día en que las aves, entre si desgarraron sus vientres;
en el cual gestaron,
al espíritu humano,
antes sano;
y hoy,
condimentado con muerte;
abraza al sauce, hijo del rigor;
que ya, muy solo está,
entre la niebla,
se atisba, su soledad;
convéncelo de florecer,
porque así será el árbol,
más bello de este invierno;
y su sombra,
será reflejo del calor,
en este infierno eterno;
y antes que se produzca el fulgor,
arrojense al mar, para salvarse;
y retocen juntos,
en la espuma de la sal;
que tanto a tu piel,
como a su madera,
secarán;
abracen la luz de luna de esta noche,
salpiquen, la sal de mar,
que ya encandila;
este fuerte sol calcina,
al sauce y a su soledad;
los cuerpos suelen hallar la distorsión,
en el exacto momento luego de haber alcanzado,
su objetividad física;
es así como,
sus formas, sus contornos,
sus líneas, sus volúmenes,
su peso, sus colores,
encuentran calma en la transición;
en un vórtice de subjetividad pura
que las deforma y las reforma,
a mero parecer;
y no son solo las manifestaciones consideradas físicas,
aquellas afectadas;
si no expresiones tales como el sonido o el mismísimo sentir,
que irónicamente, saben manifestarse físicamente en nuestro ser;
el proceso,
con afanes de cambio total y puro,
destruye completamente la melodía,
los colores, las técnicas,
las formas, los contornos,
las líneas y volúmenes,
el peso, el pensamiento,
asesinando, también, la creatividad,
el esfuerzo, los mismísimos sentimientos plasmados en aquellas expresiones;
y la sed, solo momentáneamente,
saciándola con una gota de indescriptible belleza,
para luego ponerle un desierto encima;
y desolación sería a lo que la sed estuviese condenada,
si no fuese por aquella espiral de variación;
que sabe entonar una nueva melodía,
una nueva forma, una nueva pintura,
una nueva idea;
y una nueva gota de belleza;
pero no buscando desesperadamente, otorgarle un consuelo a la sed,
si no, con el objetivo de buscar el cambio;
de buscar la vanguardia,;
de buscar la defensa ante las imponentes fuerzas de la monotonía;
la forma en todo su esplendor, trata de hacernos entender,
que la distorsión misma asesina y hace nacer,
y que nosotros mismos, sabemos atravesar,
dicha sucesión de factores que derivan en algo nuevo;
la alteración,
es quien derritió los relojes que el mismo dalí quiso pintar,
es quien desordenó los dibujos de picaso,
y retorció la mente de bukowski;
la alteración es cambio,
es distorsión,
es expresión,
es muerte, es nacimiento;
es rebeldía;
la rebeldía de la forma,
y del sentir;
al estar nosotros condenados,
la única libertad que se puede hallar,
es aquella que dicha rebeldía posee en su haber,
hemos de estar limitados en creatividad,
en habla, en pensar, en sentir, en hacer,
pero es la forma quien no lo está;
y es ella,
quien a nosotros, utiliza como voceros,
manifestándose a través de nuestros cuerpos,
voces, y pensamientos;
mutamos todos,
y es la forma quien nos hace mutar;
sabe también, tergiversar su propia creación,
asesinándose a si misma;
desangrando la tinta que narrarán un verso,
o escribirán una canción,
o pintarán una pared,
mezclándose con la sangre de todos nosotros;
el resultado deslumbrará por un diminuto lapso del tiempo,
mientras que la transformación,
de la mano con nuestra sed, oscilan entre una y dos eternidades;
insaciable ésta última,
que de su boca, han pesado centenares en aridez,
emergiendo la belleza en el oasis,
y perdiéndose en la tormenta;
la sed es la que alimenta a la forma,
es la avaricia, la codicia,
es el afán y el anhelo por divinidad,
es el aliento de millones de almas en pena,
rogando por una pequeña muestra de vida;
y es, junto a la forma,
quienes conforman la rebeldía de la misma,
acarreando centenares de cristales rotos,
para edificar un ventanal,
y también la piedra, que indudablemente,
la destruirá;
la creación, en todo lo que representa,
se ve alimentada por estos dos factores,
quienes la construyen y deconstruyen;
mientras que nuestros ojos,
se abren a la par de las comisuras de nuestras bocas,
al presenciar ellas,
un espectáculo de esta índole,
la creación, el nacimiento,
afianzados y correlativos, a la destrucción y la muerte;
y se sorprenden,
cada tanto,
de lo que pasa entremedio;
se que mi piel,
punzante en el cielo,
dibujará el azul,
que el alba al nacer, vestirá,
solo por una mirada,
antes de clarearse;
y sé,
que luego de que mis pupilas,
crezcan y decrezcan junto al sol,
la noche será quien vista de nuevo,
la invención de mi piel;
será quien vista ese azul,
y al igual que cuando era pequeña,
lo hará solo por una mirada;
antes de oscurecerse,
a la par que yo lo hago,
junto a mi piel,
que persistirá, punzante en el cielo,
emanando el blanco vestido,
que le daré al sol,
para que se lo regale a la luna;
como una invitación,
para vernos otra noche;
que la muerte se embriague de violencia,
al quebrajarse la copa que sus frías manos sostienen,
mezclándose su sangre y su vino;
y que haga eco su susurro,
en el expectante oído de cada ser,
y que aquel que oiga su murmullo,
sepa caer al suelo,
muerto de susto;
y que la misma muerte nunca se encuentre moribunda,
ya que eso nos regalaría vida eterna;
y no existe peor tortura que esa!
no cesaremos de existir,
y gritaremos, sufriremos el día a día,
rogando para que nuestra vida, termine;
alaben a la muerte,
no teman de ella;
dejen que beba de sus copas,
y que las estrelle contra el piso;
regalando sangre de una vida a otra,
ya que la muerte vive,
para darnos un final,
y para darle un significado al tiempo;
porque un lapso del mismo,
no es igual si es eterno;
dancen! pequeños seres de luz,
junto a divagantes espíritus,
regocijense en la muerte!
dancen por ella y con ella,
embriaguense de violencia,
y olvidenla,
en su copa segmentada;
besen el cálido suelo con sus pies,
y codeense en luz y en oscuridad,
antes de abrazar el último resplandor,
que la muerte les regalará;
dejen su sombra a un lado,
y sientan su piel en soledad,
como ésta abraza a los haces que con ella chocan;
abracen como ella, a las certezas de este azar,
que la muerte consigo lleva!
ya que ésta furtiva esencia,
no es quien para dejar a alguien taciturno;
saturniano si será, el silencio que reinará en nosotros,
luego de ella;
y tal vez,
será eso,
lo que tanto nos aterra;