grises así, las manos,
enumeran cada uno de los filamentos,
que constituyen al ser;
su humanidad,
tan frágil ha de sentirse;
la inmensidad mas pequeña,
que llega a obnubilar la vista
pero ésta, aún ciega,
sabe atisbar el humo;
sigue siendo negro,
en aquel grisáceo incendio,
la meca de lo absurdo,
y en llamas,
yace el cuerpo;
desvaneciéndose por el aire,
arremetiendo contra la desesperación;
pero siempre subyugado por ella,
el llanto forzado de la monotonía,
de los seres,
que ansían sentir algo de nuevo,
que junto con el jadear del color ausente;
y de aquel hombre del incendio, desfalleciéndose,
solo los vuelve hipócritas ante el sentimiento,
así la vida de aquel hombre incendiario,
permanecerá como recuerdo de la simulación humana;
terminándose por eclipsarse completamente la expresión del sentir;
y eternamente, mi vida,
por lo que como intento de alivio,
en llamas,
abrazo hoy mi cuerpo,
y arremeto contra la desesperación;
me desvanezco por el aire;
mi agonía percibe lagrimas ajenas sobre el asfalto y sobre mi cuerpo,
y mi sangre muriéndose de risa;
me comenta, sobre la viva hipocresía,
con la que estos seres,
atesorarán mi muerte en su recuerdo;
y luego de haber cesado la agonía, junto al color,
me habré fugado;
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