soy condescendiente a los aspectos que lleva consigo la interminable desesperación que se reflejan en mi.
a veces, ella toca mi puerta, y la dejo entrar, por que se que si no, va a irrumpir en mi.
y prefiero una angustia de la que tengo noción, a una sorpresa plagada de un constante sentimiento de pánico.
oh, su benevolencia! tan falsa era, y tan verídica aparentaba ser.
con palabras, intentó exitosamente, alejarme de la realidad, para confinarme en los oscuros rincones de la soledad, al convencerme a mi mismo de que era lo mejor que podía hacer para evitar penumbras de mayor calibre.
y digo convenciéndome, porque, para desgracia personal, ya era parte de mi.
ya no existían los ataques de exasperación, si no que gradualmente, se convirtieron en frecuentes visitas, de una duración variable, y de resultados de ambigua magnitud, pero siempre negativos.
interminable sensación de repetición.
la rutina se transformó, alejándose de mis suposiciones, en algo más repudiable de lo que antes era.
ahora atentaba contra mi.
las angustias rondaban aquellos pasillos en los que antes podía conseguir un breve escape de lo que me agobiaba día tras día.
el único lugar en el que podía hallar refugio eran mis sueños, ya que ellas no sabían buscar allí.
por aquel momento.
y era inteligente.
porque no soñaba con los anhelos que aparentaban ser más distantes, ya que las breves y nocturnas utopías, encegecerían mi percepción, hasta el momento en que la realidad me dejase ciego.
oh no, yo soñaba las más atroces pesadillas, emanadas directo del subconsciente más perverso y demacrado.
el mío.
y soñaba esas aberraciones, ya que yo sabía que al despertar, y verme en la amarga existencia que me había tocado vivir, al compararlas, pensaría que todo podía ser peor, y que en balance, no me encontraba tan mal.
pero mi temor hacía que todo se volviese peor, inexorablemente se imponía sobre los demás pensamientos, noche tras noche.
y conocí el miedo como nunca antes había tenido la oportunidad.
al menos si mis pavores hubiesen sido causados por algo real, quizás hubiese tenido justificación, pero al no ser así, éstos hacían que me sintiese estúpido.
oh, y definitivamente lo era, no cabía ninguna duda.
esclavo de mis distopías personales, en eso me convertí.
interminable sensación de repetición.
interminable sensación de pánico.
mi paciencia, ebullió al punto de alcanzar un estado de ira, tan iracunda que no dejaba lugar a la razón, solo a los instintos.
y permitía ver al humano como realmente era, un animal.
pero comprendí.
comprendí que era un iluso, si me dejaba mañatar por sensaciones intangibles.
no podía dejar que nadie más tuviese control sobre mí más que yo mismo.
la condescendencia a estos infames sentimientos se había acabado.
decidí, en un últimas instancias, con osada valentía, de evitar que esos pensamientos entrasen tan cortesmente como lo habían hecho todo este tiempo.
la puerta de mis emociones estaba cerrada.
y si querían entrar, tendrían que tirarme abajo.
refugiarse en mi mente, para ellos ya no sería una alternativa.
si querían verme sometido ante mi mismo, tenían innumerables recuerdos.
pero no una realidad.
era todo calma antes de la tempestad.
la concentración era tal, que miraba más allá de lo que los ojos me permitían.
un silencio casi eterno, hallaba su lugar en mi.
hasta que un estímulo de dolor, irrumpió el zen.
oh, como había esperado este momento.
pelear contra mi mismo.
pelear contra lo que yo mismo había creado.
oh, por fin habría de enmendar mis tantos errores.
o sucumbir en el intento.
sus ataques en mi interior iban aumentando su gravedad con el correr de los segundos.
oh, tan afligido, tan confundido, tan asustado yacía en una cama desecha, que si mi hubiese encontrado final en ese preciso instante, no me hubiese molestado en lo absoluto.
pero sabía que si ese era mi último respiro, no iba a dejar que ellos manejaran hilos que me convertían en un inofensivo títere.
oh, claro que no.
rodé por mi habitación, arrastrándome en el piso, gritando cuanta palabra se me venía a la cabeza, para acallar sus gritos que reclamaban su dominación ante mi.
no podía negar que eran fuertes.
lloraba, a gritos, pero aferrado a mi convicción.
la guerra interna dejaba sus consecuencias físicas.
profundos cortes en todo el cuerpo con pedazos de vidrio provenientes de una ventana, que rompí de un puñetazo en el descontrol que se libraba en ese momento.
intentaba, intentaba, pero todo parecía ser en vano.
sentía, poco a poco, ser derrotado.
sentía sucumbir ante una lluvia de imaginarias dagas, que desgarraba con fervor cada fibra de mí.
sentía la sangre correr, dentro de mi, escapando de donde pertenecía.
perdí.
oh, me afligía haber sido tan débil, y tan fuerte a la vez.
no podía ganarme a mi mismo.
y podía vencer a la razón.
no encontraba un porque.
no encontraba explicación.
perdí.
pero no había perdido la batalla.
solo perdí una porción de ella.
oh no, había perdido algo peor.
me había perdido a mi mismo.
y no sabía diferenciar quien era yo.
si el sometido, o la angustia.
y la ambigüedad, simplemente me hacía desear no ser nada.
¿de que era digno este desenlace tan burdamente absurdo que no tenía sentido alguno?
oxímoron.
lo improbable, parecía haber encontrado razón de ser.
en mi.
bajo todas las circunstancias que podrían haber sido.
ésta parece no ser la peor.
no habré encontrado paz en mi mismo, ni paz en lo demás.
pero había hallado un estado de constante neutralidad.
de indiferencia.
de empate?
no era una victoria, ni una derrota.
no sé como llamarlo.
pero yo, o lo que recuerdo que era yo.
no es parte de esta neutralidad.
perdí.
me perdí a mi mismo.
en un campo de batalla inexistente.
entre sensaciones, y recuerdos.
fui un soldado más.
luché contra los demonios más despiadados.
hasta el momento en el que me tocase encontrar un final.
y lo había encontrado.
tan bello.
tan trágico.
otro final, entre tantos.
en pocas palabras.
perdí.
simplemente.
me perdí.
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