Cuando algo me sale mal, me dejo caer.
Lo hago sin preocuparme por lo que pueda pasar, simplemente me dejo caer.
Como un boleto de colectivo que nadie quiere guardar, me dejo caer dibujando siluetas en el aire.
Sin que me importe el universo.
Indiferencia.
Y temor.
Temor a volver a intentar.
Temor a verme caer de nuevo.
Prefiero desvanecerme una sola vez, y no seguir haciéndolo.
No soporto desaparecer, solo para seguir apareciendo.
Por qué sigo traicionándome?
Si ayer decidí no volver a ver el sol, ¿qué hago hoy desnudo de nuevo?
La felicidad vuelve a posarse en mí.
Como una mariposa que no conoce las espinas.
Y otra vez, olvido que la quietud de sus alas solo dura unos segundos.
Las alas se agitan otra vez.
Cada vez más rápido.
Empieza a volar.
Deja mi cuerpo, para posarse en el de alguien más.
Empieza mi declinación.
Recorro cada amargo paso que me lleva a mi desolado destino.
Cada vez que hundo mi pie en el suelo.
Un grito sale de la tierra, volviéndose un eco que resuena a la distancia.
Apagándose.
Hasta desaparecer.
Como yo.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario