viernes, 12 de septiembre de 2014

Hogares, árboles y liberación

No busques un hogar en una persona.
No te enamores de lugares temporales.
Imposible parece evitar aferrarse al calor de la piel de alguien más.
Cuando uno pasa frío.
Pero es mejor deambular, abrigándose solo por las noches.
Y no toda una vida.
Para así evitar la dependencia a otro ser.
Y no crecer raíces en inhóspitos suelos, fieles a la esperanza.
El sedentarismo romántico es nocivo.
Es sufragáneo.
Aquel que no se quiebra tras el inevitable paso del tiempo, se marchita.
Dejando solo un recuerdo de lo que fue.
Que es tan difuminado.
Que aquellos dos que formaron un muy estrecho vínculo, se desconocen.
Conviven, pero no se conocen.
Cuasi-nomádes.
Sería lo ideal.
Viviendo alejado del otro, dejándolo ser.
Para que uno mismo, también sea.
Pero viéndolo crecer.
Como dos árboles que se encuentran cerca.
Cuyas raíces se fusionan.
Creando una espiral con los sentimientos más profundos de los dos.
Confiando en aquel otro.
Depositándose  uno mismo, en aquel otro.
Pero nunca tocando sus troncos.
Así en lo exterior crecen cada uno aspirando llegar al cielo a su manera.
Pero pendientes de su compañero.
Al contrario de los sedentarios.
Que uniendo sus troncos, los dos se transforman en un gran árbol.
Pero cuyas raíces apenas logran hacer sinapsis.
Y al soplar la más mínima brisa, se ve a punto de derribarse.
No busques un hogar en una persona.
Busca un hogar en vos mismo.
En donde te sientas cómodo.
Y elimina aquel insulso pensamiento.
Que dicta que necesitamos a alguien más.
Para estar finalmente completos.

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