viernes, 12 de septiembre de 2014

La omnisciencia mata

teclas de una vieja máquina de escribir rebotaban.
golpeando así, el viejo y amarillento papel en el que impregnaban tinta.
personajes ficticios, cobraban vida, por un ya harto escritor que simulaba ser dios.
tan avanzada era la historia.
tan inconclusa resultaba ser.
el final parecía tan distante, que el relator quería acabarla apenas tuviese la oportunidad.
pensaba una infinidad de caminos distintos, pero que terminaban siempre en lo mismo: continuar.
la mente de aquel desdichado narrador, rebalsaba de pensamientos.
y no solo suyos.
los personajes estaban tan avanzados que ya pensaban, y lo manifestaban de una forma dependiente, hacia aquel pobre hombre.
cuyos pensamientos se desvirtuaban al combinarse con los de aquellos caracteres de prosa.
no pensaba con claridad.
su historia se declinaba, casi al punto de rozar el cliché.
que era el temor más horripilante que el literato pudiese idear.
intentó.
intentó distraerse con música al escribir, pero casi no la oía con todo el desvarío de su mente.
intentó dejar de escribir por algunos días.
y parecía tener un efecto positivo, hasta que intentó volver a escribir y su mente, tan cargada de ideas, se vaciaba y se llenaba de pensamientos ajenos a los suyos.
desistió.
desistió, porque sabía que no iba a poder acallarlos a menos que les diera un final.
unos cuantos retazos de papel, que para ellos iban a ser la vida que podrían vivir constantemente.
continuó.
las pocas ocurrencias en su cerebro que no eran pensares ficticios fueron plasmadas, creando direcciones para la narración, que parecía interminable.
continuó.
días y días transcurrieron.
estresándolo aún mucho más de lo que ya estaba.
si tan solo hubiese desistido algunos días, en vez de volver el proceso de escribir algo constante.
si tan solo.
pero no.
la prosa que emanó, era tan perfecta, tan rica, tan basta, tan intrigante.
pero no estaba ni próximo a la conclusión de su historia.
para estas instancias, su mente había sido casi corrompida en su totalidad por sus invenciones.
él ya no era él, era lo que escribió.
su pasión, se había convertido en su peor aversión.
pero continuaba, ansiando por un final para sus bienintencionados personajes, que de una forma exasperante anhelaban aquello que les era correspondido.
un desenlace.
pero parecía que el relator iba a encontrar su propio final antes que la narración.
sus dedos estaban acalambrados.
bajo sus ojos un negro velo cubría la piel debajo de sus parpados inferiores.
estaba harto.
y ya casi perdía la total noción de si mismo.
no podía, no podía.
la transpiración comenzó a deslizarse rápidamente de su frente.
temblaba.
sus manos erraban algunas teclas.
la presión podía más.
y la presión pudo más.
se cayó de su silla.
sus labios besaron al piso.
y supo que no podía continuar con esto.
casi se vio rendido ante su creación.
pero decidió seguir escribiendo.
intentó levantarse con gran dificultad.
pero la adversidad de la situación se lo impidió.
apenas tenía control de sí mismo.
en un inmenso esfuerzo, se arrimó a su silla.
sus pensamientos ya eran un eterno grito, del cual ya estaba aturdido.
su cuerpo iba más allá de su control.
de reojo observó a su antes tan preciada máquina.
creadora de su perdición.
con el poco manejo de sí mismo que tenía, y en los últimos minutos que creía que le quedaban a su cuestionable estabilidad, con el dedo índice comenzó a acariciar algunas teclas.
-a la mierda la omnisciencia! escribió el dramaturgo con sus últimas fuerzas.
y aquella simple oración.
lo agració, al desconectarlo completamente de aquella ficción.
oyendo, después de un largo tiempo, sonidos que se asemejaban con el silencio.
volvió a saborear la tan bella y tan horrible realidad.
pero que apreciaba tanto en ese momento.
y el relato conoció su final.
tan burdo.
tan crudo.
tan real.
tan despampanante, que dejaba anonadados, y un tanto decepcionados a quienes lo leían.
simbolizando así, como un golpe de realidad.
puede alejarnos de aquellos hermosos y utópicos sueños.
dejando solo un recuerdo.

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